Que Dios sea nuestra Verdad, que la justicia sea nuestro caminar, que la misericordia sea nuestra consigna y que el Amor sea nuestro estandarte, para que, por la intercesión de san Simeón, san Domiciano y san Teodorico, podamos mostrar el verdadero rostro de Jesús a los demás y puedan creer en Él.
Nadie nace sabiéndolo todo. Y no todos tienen la oportunidad de saber muchas cosas, sea por incapacidad física, mental, económica, etc. Sin embargo, todos sí tenemos capacidad para aprender lo que podemos y ser mejores a partir de ahí. Pero, me surge una pregunta: ¿Hay disposición para aprender, o hay disposición para aprender lo que yo quiera aprender?
En el año 2010, los norteamericanos hicieron un estudio sobre el conocimiento sobre las religiones a las personas, y el resultado fue que quienes mayor conocimiento tenían sobre las religiones son los ateos, siguiéndoles los judíos y los mormones, y quedando como últimos los católicos hispanos. La mayoría de los creyentes abrazan su fe con una ceguera absoluta. Y de esto somos más que testigos nosotros cuando vemos gente que se deja llevar de lo que siente y considera la fe como algo que no debe ser razonado.
Ayer me hicieron una pregunta honesta que pudiera reflejar el sentir de muchos cristianos y de muchos que leen esta reflexión: Cuando Jesús pide que perdone a sus acusadores porque no saben lo que hacen (cf. Lc. 23, 34), si Jesús es Dios, ¿por qué le pide a Dios que perdone los pecados de ellos? Lo mismo me han preguntado en otras ocasiones: si Jesús es Dios, ¿por qué oraba? Y así pudiéramos amontonar ejemplos. Al final, la respuesta es sencilla y nada complicada, pero hay que romper nuestros esquemas mentales para entenderla.
Jesús no hablaba con Dios, sino con Su Padre. El Padre no es el único que es Dios, sino que los tres son Dios, pero cada uno es una persona distinta. Orar es hablar con las personas divinas, por lo tanto, si Jesucristo quería hablar con su Papá tenía que orar. Además, los evangelios no usan indistintamente las palabras “Dios” y “Padre”. El Señor Jesús reveló adecuadamente su filiación, y los Apóstoles la comprendieron poco a poco. Y esta es la fe que se nos transmitió.
Por supuesto, para entender esto yo tengo que dejar de pensar en Dios como un señor
mayor, barbudo, que lo sabe todo, y debo empezar a verlo como una comunidad, como la Trinidad indivisible que es. Cuando el Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de la Santísima Trinidad (cf. nn. 238-256) nos expresa justamente aquello que se nos ha dicho desde el inicio de la fe, en el siglo I: que Dios es relación, comunidad, Amor. Pero, al parecer, es más fácil seguir pensando en lo que quiero creer a conveniencia.
Diría alguno sarcásticamente: “La Biblia es la Verdad Absoluta… excepto esas pastes que no me gustan; esas son sólo metáforas”. ¿Hasta dónde estamos creyendo en el verdadero Dios? Si en mis oraciones confundo a Dios Padre con Dios Hijo (un ejemplo muy común, “te alabamos y te bendecimos, Jesús, porque tú has sido bueno con nosotros, Padre […]”), o trato al Espíritu Santo como objeto, no como persona, debo profundizar en mi fe. Y esta Fe se resume en el Credo; estudiémoslo, amémoslo, conozcámoslo. No andemos mezclando las cosas, que, aunque sea más cómodo mentalmente, al final hacemos daño a nuestra relación con Dios y la relación de los demás con Él.