Señor Dios, que alegras al mundo con tu Amor y la Esperanza de tu Gloria, llénanos de la alegría que espera en tu Verdad, para que, por intercesión de san Hugo, sepamos ser signos de Esperanza para los demás.

Esta semana de Cuaresma es la semana del “laetare”, de la alegría, porque nuestra cuaresma tiene esperanza de Pascua, porque llevamos una especie de luto porque amamos a Aquél que nos conforta (cf. Fil. 4, 13). Ésta debe ser otro hábito cuaresmal del cristiano: tener la esperanza de la Pascua, recordar que ayunamos, oramos y damos limosna porque entendemos el sentido de la muerte para así resucitar.

Cuando ayunamos, no debe notarse que lo hacemos, pero esto no quiere decir que hay que andar ocultándose. Sería contradictorio que Jesucristo propusiera un estilo de vida para iluminar desde lo alto de una montaña o desde un candelero (cf. Mt. 5, 14-16), para luego decir que todo debe hacerse en lo oculto. Ayunar, orar y dar limosna “en lo secreto” hace referencia a tu interior de persona, es decir, desde tu convicción auténtica, no para que otros no digan que no eres buen católico.


Aquellos que ayunamos porque otros ayunan no estamos ayunando en lo secreto, sino con el rostro desfigurado (cf. Mt. 16, 16-18). No vale el ayuno que no cambia a la persona, que no la hacer ser luz. Diría san Pablo que el fruto del Espíritu es “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia” (Gá. 5, 22-23). Detengámonos en esto de la alegría: esto es lo que debe un cristiano mostrar siempre. No mostrar esto es mostrar un Cristo amargado, que sólo muere pero no resucita… “y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (1 Co. 15, 14).

Los cristianos llevamos más culpa de la muerte constante de Cristo en este mundo que los mismos que no creen en Él, porque, por lo menos, estos últimos no son incoherentes con la Verdad, porque no la conocen. Sim embargo, muchos de nosotros hemos relativizado el ayuno, lo hemos acomodado a nuestra realidad, lo hemos “personalizado”, lo hemos individualizado. Estamos matando a Cristo en los demás cuando la alegría no es fruto de los sacrificios de cuaresma. ¿Podrá resucitar un Cristo así?

Por ello nuestro Señor alaba a aquellos que, cumpliendo los mandamientos, se involucran con los demás para que sepan y quieran vivirlos por su testimonio de vida. Este testimonio lo vemos de manera perfectísima en María, quien, a diferencia de la virgen Eva que concibió desobediencia y muerte, “concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu Santo descendería sobre ella” (san Justino, Diálogo con Trifón, 100).

Que podamos imitar a María Santísima, y sepamos concebir la fe y la alegría de la Pascua en esta cuaresma, para que los demás quieran morir y resucitar con nosotros y con el Señor.