San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra las perversidades y asechanzas del demonio. Reprímalo Dios, te pedimos suplicantes. Y tú, príncipe de la milicia celestial, manda al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
Esta oración que acabamos de hacer es del papa León XIII. Cuenta la historia que el papa, luego de la Eucaristía, se detuvo frente al altar y tuvo la oportunidad de ver y escuchar él y sólo él algo aterrador. No quiso hablar con los presentes y se dirigió a su despacho. Allí le preguntaron si le sucedía algo y dijo que había visto y escuchado los demonios y sus blasfemias y sus burlas, la voz de Satanás que decía que iba a destruir la Iglesia, y pidió permiso a Dios para tener 100 años y poder hacer esto. Pero, igual, vio a san Miguel lanzar a Satanás y los demás demonios al Infierno.
Esta historia un poco espeluznante es la que ha circulado desde hace mucho como la razón por la cual el papa León XIII escribe la oración a san Miguel arcángel y pide que se rece después de todas las misas. Hasta Pío XI se hacía, y luego cayó en desuso. Las razones no las sabemos. Pero lo seguro es que hemos ido caricaturizando a los demonios, y hemos hecho, con nuestra falta de testimonio, que los demás no crean en su existencia y en su poder.
Satanás tiene poder para hacer muchas cosas, pero todo conforme a lo que Dios ya le había concedido al crearlo ángel. Tienen los ángeles dones preternaturales como los teníamos nosotros antes del pecado: la inmortalidad, la impasividad, la integridad y la ciencia son ejemplos. Un demonio puede, perfectamente, conocer muchas cosas nuestras, pero sólo aquellas que hemos hecho o dicho, no las que hemos pensado. Puede conceder poderes a las personas: leer o hablar en otros idiomas, escribir espontáneamente montones de hojas, sentir que pueden estar en otros lugares, escuchar voces…
Al final, todo lo que Satanás puede concederle a cualquiera es porque esa persona ha incurrido en cuestiones que le abren la puerta de su vida al demonio (la pornografía, la fornicación, los vicios, las obscenidades, la quiromancia, lectura de mano y mente, y un largo etcétera), o porque Dios ha permitido que esa persona experimente esta presencia maligna para sacar un bien mayor de la persona y de quienes conozcan de su testimonio (un ejemplo bíblico, la catequesis de Job; ejemplos de santos, san Pío de Pietrelcina). La primera implica la renuncia a Dios, la segunda implica la Voluntad de Dios.
Tenemos a Dios como nuestro Padre y, como sabemos, Satanás no es su igual, sino creatura. Tenemos a Dios Hijo como Salvador y presente realmente en la santa Eucaristía, y Jesús, por ser Dios, está por encima y con poder sobre los demonios. Tenemos al Espíritu Santo, que es Dios, y que recibimos en nuestro Bautismo y Confirmación, a quien Satanás rechaza. Además, tenemos las potencias celestiales: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles y Ángeles, que sirven a Dios y, por lo tanto, a nosotros a quienes Dios ama tanto. Tenemos los santos, en especial a la Santísima Virgen María… ¿A qué tememos?
Nada de lo que los demonios puedan hacernos a los cristianos que buscamos con sinceridad de corazón nuestra configuración con Cristo es ajeno a la Voluntad de Dios. Y, si Dios es Justo y Bondadoso y sólo da lo bueno, ¿por qué hemos de temer a los poderes finitos de ellos? Hagamos frente a nuestros enemigos demoníacos con las armas que se nos han regalado. Vivamos el Bautismo, es decir, como verdaderos hijos de Dios Padre, y nada sucederá por mal, sino para gloria Suya.