San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra las perversidades y asechanzas del demonio. Reprímalo Dios, te pedimos suplicantes. Y tú, príncipe de la milicia celestial, manda al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
Fue expulsado del Cielo por la envidia terrible que corrompió su ser. Pero, ¿no se resolverían los males si logramos evangelizar a Satanás? Eso raya en lo herético. Es imposible la conversión de Satanás, puesto que su rechazo a Dios fue en la eternidad, por lo tanto es irrevocable. No hay manera de que Satanás se arrepienta, porque su ser se transformó totalmente hacia la maldad, y su malevolencia y su maleficencia son parte integral de él.
Alejarse de Dios produce una vida como la de los demonios: de tensión, de odio, de rechazo, de envidia, de duda… Como ha sido tan grande el odio que ellos han albergado contra Dios, han querido interrumpir en el proceso de Salvación. Quiso Satanás aprovechar la debilidad asumida por Jesucristo (cf. Fil. 2, 7), y quiso devorar esta omnipotencia empequeñecida (cf. Ap. 12, 4), pero no podía. Por ello quiso acabar con la Mujer que lo concibió y lo parió, pero tampoco pudo (cf. Ap. 12, 13-14); y se encaminó a acabar con la descendencia de Ella, que somos nosotros (cf. Ap. 12, 17).
¡Con razón quiere Satanás que caigamos con él! Nosotros somos imagen y semejanza de Dios (cf. Gén. 1, 26), y, cuando decidimos alejarnos de Dios, negamos Su Imagen en nosotros, y lo negamos a Él. Estamos haciendo de Dios un mentiroso, y el único mentiroso es Satanás (cf. Jn. 8,44). Por ello quiere Satanás que caigamos, porque quiere ver los planes de Dios frustrados por envidia.
Pero Satanás no puede entender jamás los planes de Dios, porque Dios es Amor, y el amor se ama, no se entiende. Satanás es incapaz de amar porque ha renunciado para siempre a tener a Dios-Amor como parte suya. A él le han sido ocultados tres misterios: la virginidad de María, su parto y la muerte de Jesucristo (cf. Carta a los Efesios 19, 1, San Ignacio de Antioquía), ¿y esto por qué? Porque sólo el Amor puede entender el abajamiento de Dios al inicio de la vida y al final de la misma.
Satanás quiere que huyas de Dios, quiere confundirte, para que te alejes de los Planes Divinos y, al alejarte, no puedas compartir con Dios lo que Él, por Amor, ya te ha dado. Si le das la espalda a Dios, pueden los demonios disfrutar ese dolor de Dios. Pero, lo que ellos no saben es que un corazón arrepentido Dios no lo desprecia (cf. Sal. 51, 19), y que nosotros tenemos algo que ellos no tienen: la posibilidad de arrepentimiento en esta vida.
Satanás y sus secuaces buscarán la manera de que mueras alejado de Dios, y por ello dice nuestro Señor Jesucristo no temamos al que puede matar el cuerpo pero no el alma, sino al que puede matar el alma y el cuerpo y llevárselos al infierno (cf. Mt. 10, 28). El diablo, “aquel que ‘se atraviesa’ en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo” (cf. CIC 2851), es el que divide; pero lo opuesto a la división es la unidad, es la reunión, es la asamblea, es la ekklesía, la Iglesia.
La manera más efectiva para combatir el ataque de Satanás y de los demás demonios es vivir el Amor de Dios en la Iglesia. La comunidad te sostiene en medio de las tribulaciones, te anima en las caídas, te orienta en las dudas. Tan importante es la comunidad, que la gran comunidad de Dios, la Iglesia, pide por ti y por mí frente al demonio cada vez que rezamos juntos el Padrenuestro en la misa: “Líbranos de todos los males, Señor […] para que […] vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación […]” (Embolismo, Misal Romano). No desaproveches tu comunidad; haz que tus decisiones frente a Dios sean siempre para glorificarlo a Él con tu vida.