Ya concluye el tiempo de Navidad. Hemos tenido grandes celebraciones litúrgicas, devocionales y seculares. Muchos intentamos vivir la razón de la Navidad: Cristo mismo; otros, sencillamente, nos dejamos llevar por el espíritu del mundo. ¿Acaso no nació Jesucristo para ti también? Vamos a tomar este día para que oremos juntos frente a la imagen del Niño Dios y Salvador de todos. No desaproveches la pausa que hacemos en la velocidad que solemos llevar, y contempla el misterio.
Hermoso Niño del pesebre, que entre paja y polvo te muestras como el más grande rey del universo, el más pobre y el más rico de los hijos de los hombres, el más débil y el más poderoso de nosotros, enséñanos a ser ricos en bondad y misericordia, y pobres en apegos materiales.
Dulce Niño de la noche gloriosa, que sonríes a tu Madre y tu Padre a pesar de la pobreza en la que has nacido, enséñanos a honrar a nuestros padres y ser agradecidos con lo que de los superiores recibimos. Que no haya afán de tener en nosotros, sino afán de ser como Tú.
Te adoramos, Precioso Chiquitín, porque todo el Cielo se contiene en ti, y has querido ser como nosotros, para que el Cielo también habitara en nuestros corazones. Que caigamos postrados ante este Misterio de Amor que es catequesis continua del Amor del Padre.
Te bendecimos, Glorioso Infante Divino, porque descendiste a mi hogar, a mi vida, a los míos, para que todos seamos tuyos, y, siendo tuyos, seamos de Dios y para Dios. Muéstranos por tu tierna mirada el Camino de la Verdad en tu humildad para que nos hallemos en Gracia con Dios.
Te amamos, Belleza Encarnada entre nosotros, porque te adelantas a mis necesidades, porque sabes ver por encima de mis debilidades, porque eres generoso a pesar mis ingratitudes. Que tu Belleza sea reflejo en nosotros, y que tu Amor sea practicado desde nuestro corazón hasta la totalidad de nuestras vidas. Amén.