Que Dios nos cuide y nos guíe en este tiempo de Adviento. Que podamos ver la estrella que guio a los santos Reyes de oriente. Que podamos celebrar el nacimiento de nuestro Señor. Y que, por la intercesión de san Lázaro, experimentemos la conversión de un amigo que ama de verdad y se prepara para Su Retorno glorioso.

Como catequista y profesor de tantos temas de la Fe, uno de ellos la Liturgia, he descubierto la riqueza de la Iglesia. El Domingo comentaba con unos hermanos de comunidad: “¡La Liturgia es tan… perfecta!”. Hoy, por ejemplo, inicia una tradición que data desde antes del siglo V: las siete antífonas mayores de Adviento o, como mejor se conocen, las Antífonas de la O. Reflexionemos hoy con ellas.


Desde hoy hasta el día 23 se recitan las antífonas en el rezo de vísperas de la Liturgia de las Horas, y, gracias al Concilio Vaticano II, se han convertido en las aclamaciones antes del Evangelio en las misas de estos siete días. Lo peculiar es que todas empiezan con una “O” a manera de interjección, representan también los títulos del Mesías, y hacen referencia a las profecías de Isaías, profeta mayor y personaje destacado del Adviento.

La primera antífona dice: “Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín, y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: ven y muéstranos el camino de la salvación”. Reconocer que Jesús es el Verbo de Dios hecho carne y por quien todo fue hecho es parte fundamental de nuestra fe.

Oh, Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley: ven a librarnos con el poder de tu brazo” reza la segunda. El libertador, el salvador es Jesucristo, y es Él quien da plenitud a la Ley.

Oh, Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más” dice la tercera. Como atestigua el Evangelio de hoy (cf. Mt. 1, 1-17), Jesucristo proviene de la casa de David, que es vástago de Jesé, su padre.

La cuarta dice “Oh, Llave de David (clavis David) y cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte”. Nos habla del poder de Jesucristo, que es único. Nadie está por encima de Él, y hasta Su Nombre es el Nombre-sobre-todo-nombre (cf. Fil. 2, 9).

Oh, Sol que naces de lo alto (O Oriens), resplandor de la luz eterna, Sol de justicia: ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” es la quinta. Es Cristo la Luz indefectible de Dios. Luego, “Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo: ven y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra” reza la sexta. Nos recuerda el fin de Jesucristo: hacer de todos un solo pueblo para Dios. Y dice la última “Oh, Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos: ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”.

Si tomamos las primeras letras de los nombres del Mesías según estas antífonas (Sapientia, Adonai, Radix, Clavis David, Oriens, Rex gentium, Emmanuel) y las leemos en sentido inverso obtenemos el acróstico “Ero Cras”, que significa en latín “Mañana vendré”. ¿Creemos esto? Vamos a profundizar en nuestra Fe cada día para que, conociendo más de ella, conozcamos más a nuestro Señor y sepamos amarle más plenamente y con mayor conciencia.