Buen y santo día, hermanos en el Señor. Que Dios nos conceda la gracia de hacernos como niños para que, por la intercesión de san Estanislao de Kotska, san Ponciano y san Hipólito, seamos motivo de alegría y salvación para los demás.

La vida humana no es sólo religión y cultura. De hecho, la vida humana no consiste en sólo los ritos y cultos religiosos, sino que la verdadera religión implica involucrarse en lo verdaderamente humano. Esto sucede con la cultura, con la economía, y con la política. Sobre esto último reflexionaremos hoy con la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.


La mejor manera de llegar a una política verdaderamente humana es desarrollar el sentido íntimo de la justicia, de la bondad y del servicio al bien común” (GS 73). ¿Quiénes deben tener un mayor conocimiento y una mejor aplicación de estas virtudes? El cristiano. ¿Y por qué nuestras comunidades se destacan por un alto sentido de injusticia —la impuntualidad es una falta contra la justicia—, de egoísmo y del mínimo esfuerzo? Estamos creando ciudadanos mediocres, irresponsables, injustos, al permitir estos vicios en las asambleas nuestras. Entonces, ¿quién se encargará de la política?

La comunidad política nace de la búsqueda del bien común (cf. GS 74). Esto quiere decir que la comunidad política es algo que Jesucristo instauraba con el Reino de los Cielos, y, al parecer, las comunidades cristianas siempre han vivido esto. ¿Pero qué ha sucedido hoy? ¿Por qué los cristianos no quieren asumir responsabilidades políticas? La comunidad política y la autoridad pública deben tener fundamento en la naturaleza humana (cf. ibíd.), y se supone que el cristiano conoce al ser humano según su sentido original. Nuevamente, ¿dónde están los cristianos en la política? Es una tarea difícil, pero es una tarea de guardián de los hermanos: Los políticos y sus actividades “deben tender a formar un hombre culto, pacífico, benéfico, respecto a los demás para provecho de toda la familia humana” (ibíd.). ¿

Todos tenemos derechos y deberes políticos, uno sencillo es aquel de ejercer su voto libremente. Pero hay quienes no lo ven como un deber. No ejercer el voto es un atentado contra la justicia, porque estás ignorando las necesidades de los demás. Y el voto es algo sencillo; hay cosas mucho más importantes. “La Iglesia considera labor digna de alabanza y de consideración la entrega de quienes, por servir al bien público, aceptan las cargas de esos oficios” (GS 75).

Hay un gran mal que ha afectado a muchas sociedades, y es el de querer que sea el Estado quien resuelva cualquier problema individual o social. Ya el ser humano no está trabajando, sino que cree que tiene derechos por encima de los mismos derechos humanos y está haciéndose daño. En este sentido: “tengan cuidado de no atribuir a la autoridad pública un poder excesivo, pero tampoco esperen del Estado, de una manera inoportuna, ventajas y utilidades excesivas con riesgo de disminuir la responsabilidad de las personas, de las familias y de las agrupaciones sociales” (ibíd.). ¿Dónde ha quedado el trabajo humano? ¿Somos entes a quienes hay que servir? Hemos creado un monstruo deforme. Hasta el patriotismo debe ser fomentado, pero sin estrecheces.  Estamos obligados a dar ejemplo de responsabilidad (ibíd.).

La Iglesia tiene derecho a pronunciar un juicio moral, aun en cuestiones políticas, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. (cf. GS 76). Esta realidad primero debemos reconocerla nosotros los creyentes, para luego dar a entenderla con nuestro testimonio a los demás. Son muchos os católicos que entienden que la Iglesia no debe meterse en política, sin darse cuenta que la Iglesia tiene el mandato de involucrarse en todo lo que pueda afectar lo verdaderamente humano. Si crees que tu obispo o cardenal no debe estar opinando en cuestiones políticas, involúcrate tú, entonces, en la política y da ejemplo de coherencia y responsabilidad, y ya le habrás librado a él de esa carga. Un cristiano puede y debe involucrarse en la política por amor a todos los hombres