Bendito día para todos. Que Dios, rico en Piedad, nos ilumine para que seamos verdaderos promotores dela fe y sepamos defender la dignidad del Matrimonio y de la Familia, para que, por la intercesión de santa Brígida, ejemplo de mujer responsable, seamos guardianes de tan grandes misterios. Y que cuide y haga dar testimonio a toda nuestra Iglesia en la Jornada Mundial de la Juventud.
La crisis del mundo podemos decir que es una crisis de las familias. Esto lo decimos con los últimos pontífices, quienes han defendido la postura auténtica del respeto por esta institución. Pero esto se anunciaba desde hace ya cincuenta años con la Constitución Pastoral Gaudium et Spes. El problema está en el núcleo de la sociedad: ya no importa cuál es el sentido, la conformación o el fin de las familias; sólo el placer personal es lo que buscamos. Reflexionemos hoy sobre esto.

Realmente hay problemas muy urgentes en este mundo (cf. GS 46) y pocos estamos percatándonos de esto, y muchos menos estamos haciendo algo para arreglarlo. La Iglesia se atrevió a decir hace cerca de 50 años que “la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada al bienestar de la comunidad familiar y conyugal” (GS 47). ¿Se imaginan que esta ecuación fuera invertida? Entonces, si no hay bienestar familiar y conyugal no hay tampoco salvación de la persona y de la sociedad. Es un golpe muy bajo porque vemos esposos mal hablados, que maldicen a sus mujeres, mujeres indiferentes y hasta masoquistas, familias inseguras, niños sin figuras paterna o materna… ¿Dónde está nuestra salvación?
El matrimonio es una institución divina, a la que Jesucristo le da el carácter de sacramento. Es imposible acceder al sacramento sin libertad, porque es un don; si no se desea, no se recibe. Por ello, es un consentimiento personal mutuo irrevocable (cf. GS 48). Sin embargo, por el hecho de que sea con un consentimiento personal no se convierte en un derecho. El matrimonio es un deber social y ante Dios, porque el papel de los cónyuges es demostrarse amor mutuo, pero el papel suyo en cuanto padres es procrear y educar a la prole (ibíd.). Es en este papel que los padres se santifican y, al hacerlo, glorifican a Dios.
¿En qué consiste el amor conyugal si hoy todo el mundo tiene relaciones sexuales cuándo sea y con quién sea? El amor conyugal es “algo muy superior a la mera inclinación erótica” (GS 49). Allanándolo, si te casas para tener relaciones sexuales y suplir una carencia afectiva en ti, estás irrespetando el sacramento. Si discutes con tu pareja y no te interesa resolver los problemas sólo hasta el momento de demostrarse amor, estás haciéndolo mal. Hay que pedir a Dios por la oración y hay que cultivar “la firmeza en el amor, la grandeza de alma y el espíritu de sacrificio” (ibíd.). Si hay que amarse mutuamente como Cristo ama a Su Iglesia (cf. Ef. 5), ¿te imaginas que Cristo se ponga a esperar a que la Iglesia decida corregir algo para buscarla, o que se ponga a esperar que tú estés bien para buscarte? Si has recibido sólo Bondad de parte de Dios, ¿por qué maltratar a tu pareja? “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (Mt. 10, 8).
El papel de la unión matrimonial es la cooperación con el Amor Creador y Salvador de Dios (cf. GS 50), es decir, procrear con tu pareja y ser motivo de salvación para ella y para tus descendientes. Todo esto debe hacerse según la Voluntad de Dios, porque no podemos traer hijos al mundo si no los podemos mantener y educar adecuadamente —ojo, el verbo utilizado fue “poder”, no “querer”—. Esto implica que hay que respetar el Amor y, respetándolo, respetar a la pareja y a los futuros o actuales descendientes (cf. GS 51). Un matrimonio debe estar abierto a la vida y respetarla, y no pretender “resolver” lo problemas con el aborto o el abandono.
Educar en la responsabilidad es papel de los padres; educar en la vocación, incluyendo la vocación a la consagración, es papel de los padres; educar en la libertad es papel de los padres (cf. GS 52). Si esto no está sucediendo hay que revisar el rol paterno y materno. Y no sólo revisarlos es necesario, sino cambiarlos. Y ese cambio empieza por los matrimonios verdaderamente comprometidos con su fe, los que dan ejemplo, que deben guiar a los más jóvenes, que deben hacer que los demás quieran acceder a tan augusto sacramento con su testimonio. Si eres de los que maltratas con groserías o silencio y distancia a tu pareja, entonces no hay ejemplo en ti. ¿Dios es Todopoderoso? Entonces, déjate cambiar.