Que Dios Misericordioso nos conceda vivir fuera de las tinieblas de la ignorancia y del rechazo, y que, por la intercesión de san Otón, nos conceda vivir en la plenitud de la Verdad sirviendo a los demás. Buen día, hermanos y hermanas.
En 1965 el Concilio Vaticano II aprueba la Constitución Pastoral Gaudium et Spessobre la Iglesia en el mundo, y vemos que hace referencia a una serie de situaciones que hoy todavía suceden y que hasta se han agravado. ¿Ha sido profético el documento? La realidad es que, cuando conocemos el verdadero mensaje del Señor, ver estructuras y grupos que aplastan la dignidad humana sólo confirma el mensaje de Jesucristo: “Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos les hacen sentir su autoridad” (Mc. 10, 42).
Ha habido mucho progreso de la técnica humana, sobre todo para el diálogo y la comunicación. Sin embargo, que haya comunicación no quiere decir que haya comunión (cf. GS 23). Es más, si entendemos de verdad el concepto de comunicar, sabríamos que comunicar no es sólo dar o recibir una información, sino que implica que los emisores y los receptores se comprendan. Hagámonos la pregunta necesaria, entonces: ¿Estamos comprendiéndonos en todo lo que estamos recibiendo o enviando? En un mundo tan unificado con los medios de comunicación, el mandamiento de amar a Dios y a los hombres por igual debe verse más acentuado (cf. GS 24). ¿Estamos amando a los demás como Cristo nos mandó? ¿O no me afecta lo que el otro dice? ¿O el otro es objeto de mis ataques y burlas?
Cuando las estructuras jerárquicas de todo (gobierno, instituciones, Iglesia, familia, comunidades, trabajos…) nacen fruto del pecado, la sociedad misma cae en pecado (cf. GS 25). Hemos olvidado que no son las estructuras sino nosotros los entes sociales. Hemos permitido que lo particular prevalezca sobre el bien común, cuando el bien común debe ser lo promocionado (cf. GS 26). Y esto lo permitimos cuando decimos a nuestros hijos: “Hijo, estudia mucho y trabaja, para que te vayas fuera de este país, o para que tengas mucho dinero y no tengas que preocuparte por nada”. Hemos olvidado al prójimo en nuestra vida; hemos olvidado a Jesucristo. Dice el concilio que “es urgente la obligación de sentirse absolutamente prójimo de cualquier otro hombre” (GS 27) porque hemos olvidado que degradar a uno es degradar a todos, incluyéndome a mí mismo e incluyendo a Dios.
No podemos seguir confundiendo el rechazo al error con el rechazo al hombre equivocado (cf. GS 28); el primero es siempre necesario, el segundo no debería existir. “Ciertamente no todos los hombres pueden considerarse iguales en capacidad física, penetración intelectual y sensibilidad moral, sin embargo, toda clase de discriminación en los derechos fundamentales de la persona […] se han de alejar y superar” (GS 29). Debemos empezar a suprimir esta “ética” individualista (cf. GS 30), y empezar a dar participación y responsabilidades (cf. GS 31), y esto se aplica a todas y cada una de las estructuras humanas. Debemos empezar a ser solidarios, pero no sólo con dinero o bienes materiales, sino con la promoción humana, con los valores, con los principios, con la Verdad, con el servicio.
Ese texto bíblico con el que iniciamos esta reflexión continúa así: “Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (Mc. 10, 43-44). Este servicio, esta solidaridad (del latín “solidus”, sólido, firme) es lo que hace que un ser humano sea más sólido, más ser humano. La solidaridad es parte del designio de salvación para todos (cf. GS 32); hagamos, pues, que la salvación llegue a todos. Olvidemos nuestros gustos y antojos hasta que hayamos ayudado a resolver las necesidades de otros.