Que tengan un excelente día bendecido por Dios. Que Dios nos conceda la gracia de profundizar más en el conocimiento de la Verdad, para que, por la acción de Su Espíritu y la intercesión de la beata María de San José, sepamos darlo a conocer con fortaleza y humildad a todos los que nos rodean.
Cuántas veces hemos escuchado y hasta hemos pensado que por qué hay que ir específicamente el Domingo a misa, que por qué no puedo ir un viernes, que me acomoda más, o que se puede compensar el haber faltado el Domingo yendo el lunes. Cuántas veces hemos organizado nuestras vacaciones o nuestros descansos sin tomar en cuenta la Eucaristía. ¿Cuál es la importancia de que haya siempre algo de la Iglesia todas las semanas? Hoy reflexionamos con el capítulo quinto de la Constitución Dogmática Sacrosanctum Concilium sobre el Año Litúrgico.

Nuestro Señor Jesucristo es el culmen de la historia, es decir, con el acontecimiento de Jesucristo, la historia humana toda hace referencia a Él. Nada hay en este mundo que no se entienda desde Él, por Él, con Él y en Él. Así sucede con las horas del día, como vimos la semana pasada, así sucede con el año. El año debe celebrar este acontecimiento salvífico, y cuando lo hace, se llama Año Litúrgico. Por lo tanto, todo el Año Litúrgico tiene un sentido pascual (cf. SC 102), en especial “en el día que ha llamado ‘del Señor’” (ibíd.) —en latín “día del Señor” se dice “dies Dominicus”, y de ahí nuestro “Domingo”—. Pero el Señor Dios quiso realizar Su Obra por medio de Sus hijos, y santa María tiene un lugar en el ciclo litúrgico (cf. SC 103), y los demás santos también (cf. SC 104), además de los ejercicios de piedad que preparan al pueblo de Dios para recibirlo (cf. SC 105).
El Domingo es celebración de Pascua (cf. SC 106), por ello todos los Domingos son “día de alegría y liberación del trabajo” (ibíd.) y nada hay por encima de un Domingo. El acontecimiento de Cristo, que es nuestra Pascua, ocurre a cada instante de nuestras vidas, y de manera litúrgica en Domingo. Por ello se hace necesario que nosotros los fieles conozcamos lo que es un ciclo litúrgico, por ejemplo, para que entendamos la celebración de la Fe Pascual de manera adecuada y no hagamos que nuestras comunidades marchen como sectas —la palabra “secta” tiene dos posibles orígenes: puede provenir del latín “sequi”, que significa “seguir” y haría referencia a hacer seguidores de personas; o puede provenir del latín “secare”, que significa “cortar” y haría referencia a dividir el grupo humano—.
El Concilio ha hecho especial énfasis en la preparación para la Pascua que, aunque tiene memorial cada Domingo, se celebra una vez de manera especialísima en el Año Litúrgico. Esa preparación, que llamamos Cuaresma, debe tener gran cantidad de elementos bautismales y penitenciales (cf. SC 109), pero no “sólo penitencia interna e individual, sino también externa y social” (cf. SC 110) para que entendamos que, así como la salvación que nuestro Señor nos trae es comunitaria, así nuestras ofensas tienen consecuencias sociales. Y me atrevo a afirmar que esa preparación para la Pascua debe realizarse de lunes a sábado, para que la Pascua que celebramos el Domingo sea verdaderamente celebrada, y tengamos el gozo de la Resurrección constantemente en nosotros.
Por último, el Concilio nos recuerda cuál es el significado de la celebración de las fiestas de los santos (cf. SC 111). Hay quienes dicen que rendirles culto a los santos es adorarlos y darles a ellos lo que es de Dios. Sin meternos en las cuestiones catequéticas sobre los distintos tipos de culto (latría, dulía e hiperdulía), es necesario que los católicos entendamos algo: cuando alguien alaba algo de algún miembro de tu familia, toda tu familia se ensalza; “¿un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría” (1 Co. 12, 26). “Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles” (SC 111). Como es imposible hablar de una cabeza sin su cuerpo, como es imposible, pues, hablar de Cristo sin Su Iglesia, se hace necesario que reconozcamos la grandeza de Dios en nuestros hermanos santos.

Que Dios nos conceda la Gracia de entender estas cosas y, más que entenderlas, amarla y celebrarlas para que nos unamos siempre a la misma Fe apostólica y seamos testimonio de unión y de Amor, y no de rechazo y división.