Buen día, hermanos y hermanas. Que Dios Todopoderoso y Misericordioso siga guiando nuestros pasos por el camino de la Salvación y que nuestra vida sea reflejo de la alegría que experimentamos al sabernos salvos, para que, por la intercesión de san Félix de Valois, san Gelasio I, san Roque y todos su compañeros mártires, muchos hermanos quieran desear tener aquellos que ya tenemos en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Todos los años, todas las diócesis del mundo, dedican una semana a la promoción de vocaciones; en mi país ocurrió la semana pasada. La semana vocacional tiene como objetivo estimular en los jóvenes y adultos el deseo de acercarse a conocer de las vocaciones a la vida sacerdotal y la vida religiosa y consagrada. Justo sobre esto consiste el capítulo sexto de la constitución dogmática Lumen gentium: los religiosos. Para todos los que reflexionamos en las verdades de la fe católica a través de estos escritos no hay mejor manera para promover las vocaciones que tomando un momento para hablar sobre ellas según los documentos eclesiales.
Muchas personas, tanto jóvenes como adultos, sienten temor cuando se les habla de consagrarse a Dios. Muchos jóvenes entienden que desperdiciarían sus vidas y que sería aceptar un menosprecio innecesario de parte de los demás. Muchos nos hemos encontrado en la situación difícil de reconocer que hay un llamado interior bien fuerte para dedicarse plenamente al servicio de Dios en los demás a pesar de haber estudiado una carrera universitaria, o tener una profesión, o tener un trabajo. Díganme eso a mí, que luego de ser médico y haber trabajado dos años como tal, recibí el llamado a la consagración. Desde ya puedo decirte, a ti que lees esto, no es imposible decir que sí a Dios, y Él no te anula en nada, sino que te ensalza tus dones.
La vida religiosa, que es el caso del que habla la Lumen gentium, proporciona estabilidad, estimula a la perfección, fomenta la comunión fraterna y proporciona una verdadera libertad para dedicarse a las cosas de Dios (cf. LG 43). Si este es el llamado que tenemos todos los seres humanos, la perfección, entonces ¿por qué sentir temor ante un género de vida que ha sido inspirado totalmente por el Espíritu de Dios en la Iglesia y que facilita el camino de santidad? No debe ser, por lo tanto, una opción última entre las que tienes, sino que debes considerarla como una muy buena y muy válida, ya que es “un don particular en la vida de la Iglesia” (ibid).
Los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) facilitan que la vida bautismal la podamos vivir de modo radical, es decir, la santidad que recibimos en el bautismo pero que, por muchas razones, la descuidamos, a través de los consejos evangélicos podemos llegar a vivirla como la vivió Jesucristo y como la vivieron los apóstoles. ¿En qué consiste esa vida de perfección de los que se consagran? En “implantar y robustecer en las almas el Reino de Cristo y dilatarlo por todo el mundo” (LG 44)… ¿Quién no querría tan grande y hermosa misión? Así como la jerarquía de la Iglesia es Cristo como cabeza, maestro y pastor, y como los laicos son Cristo en el mundo, así los religiosos son sinónimo de la vida de renuncia y entrega de Cristo. Son capaces de mostrar la efectividad y la posibilidad de la llamada del Señor a ser testigos reales suyos.
La Iglesia es la que hace que las reglas de la vida consagrada sean conformes a la Voluntad de Dios (cf. LG 45), por ello ningún religioso o consagrado tiene como misión crecer personalmente o hacer crecer a su instituto o comunidad, sino que la Iglesia muestre a Jesucristo. (cf. LG 46). Es purificar el alma de todos para que todos vean a Cristo en la Iglesia. Es hacer que la Iglesia resplandezca con el brillo hermoso con el que su Señor y Esposo la dotó. Por ello afirma el Concilio que nadie debe pensar “que los religiosos, por su consagración, se hacen extraños a la humanidad o inútiles para la ciudad terrena” (LG 46) como muchos llegamos a pensar como excusa barata. Son los religiosos y los consagrados los verdaderos útiles en la Iglesia, porque hacen perfecta la caridad de Dios entre nosotros.
Si tú ya has respondido un llamado a la vida consagrada o a la vida religiosa, esmérate en perseverar en la vocación a la que te llamó Dios. Si sientes el llamado pero no has respondido, no tengas miedo, porque dándote es como te recibes a ti mismo y perdiéndote es como te encuentras. Si el llamado de Dios está en ti, no hay novia ni novio, ni trabajo, ni estudios, ni padres, ni hermanos que hagan que calle Su Voz. Acércate a quien conozcas que pueda acompañarte en el proceso, y dile un sí rotundo a Dios, como lo dio nuestra Madre María, y luego comparte tus testimonios con todos nosotros. Nada hay más hermoso que responder a Dios conforme al Amor que Él ha tenido por nosotros.