Buen día, hermanos y hermanas amados en el Señor. Pedimos a Dios Misericordioso y Eterno, que ilumine nuestras vidas con la Luz de Su Amor, manifestada plenamente en nuestro Señor Jesucristo, para que por la intercesión de san Juan Leonardi y san Luis Beltrán, seamos testigos verdaderos de la Verdad revelada y podamos dar testimonio adecuado de las grandezas que nos esperan a aquellos que le buscamos con sincero corazón.
En dos días iniciamos el Año de la Fe, porque conmemoramos los 50 años de la convocación de la última gran reunión que ha cambiado la apariencia de la Iglesia, el Concilio Vaticano II, y los 20 años de la publicación del “manual de usuario” del cristiano que quiere conocer la Verdad en Cristo, el Catecismo de la Iglesia Católica. Hace dos días inició la reunión de obispos que tratará el tema de la Nueva Evangelización, sobre cuyo instrumento de trabajo reflexionamos hace unos meses. Todas estas son razones para que los creyentes veamos cuán viva es la Iglesia y profundicemos de verdad en lo que decimos que creemos. Diría el beato Juan XXIII que el Concilio Vaticano II debe dar mayor eficacia a la sana vitalidad de la Iglesia y promover la santificación de sus miembros, pero hemos visto que, ya con 50 años de haber sido convocado, casi nadie se ha interesado por conocer a fondo las verdades que ha expuesto.
A esta altura, debiésemos conocer mejor nuestra fe, hasta el punto de que no nos dejemos engañar de las mentiras que puedan contarnos los no cristianos sobre un Dios de guerra, que castiga, que condena, ni nos dejemos engañar por las mentiras que puedan contarnos los cristianos no católicos sobre un Dios que no requiere del ser humano para darse a conocer, o que las normas que impuso Jesús son relativas e interpretativas, ni nos dejemos engañar por las mentiras que podamos contarnos nosotros mismos en el desconocimiento de nuestra fe sobre la importancia de leer sólo la Biblia e interpretarla según nos sintamos en el momento. Pero, como es obvio que casi nadie, incluyendo muchos sacerdotes, da a conocer las conclusiones conciliares, se hace necesario convocar el Año de la Fe. Es obvio que ha sido inspiración divina, porque no hay manera que su santidad Benedicto XVI conozca cada una de las situaciones de dificultad por las que pasan nuestras comunidades, a menos que alguien, mejor, Alguien le haya contado. Estos cincuenta años, salvo ciertas cosas puntuales (lengua y música en la Liturgia, conocimiento sobre la dignidad humana, concepto de la Iglesia como Cuerpo místico de nuestro Señor, etc.), no han servido de mucho porque nosotros nos hemos encargado de ignorar la Fe: proclamamos un Cristo vivo, pero vivimos con un Cristo politraumatizado y casi en estado de coma. Estos cincuenta años serían la prehistoria de este Año glorioso de la Fe y para la Fe.
Como habrá un resurgir y una especie de avivamiento en la verdadera Fe, no se harán esperar aquellos no católicos que ataquen con saña las decisiones y posturas de la Iglesia, y los grupos y comunidades. Es más, empezaremos a notar divisiones al interior de la Iglesia debido a nuestros propios hermanos, y algunos profetas de desgracias dirán que esto es fruto del conocimiento del Concilio, porque mientras más se estudia y se conoce mayor arrogancia se tiene y menos humildad mostramos; dirán que Jesucristo no nos mandó a profundizar en las cosas de la Iglesia, sino a conocerlo a Él, bajo los eufemismos “un encuentro cara a cara”, “de corazón palpitante”, etc. ¡Ciegos, necios e insensatos! Sólo a un alma vacía y contrariada se le ocurre decir que el conocimiento del Cuerpo de Cristo distancia de Jesucristo. Sólo por pretencioso, disensioso e insensible puede un corazón humano persistir en tan grande error. Pero, igual, en cierto modo es bueno que crezca la cizaña con el trigo (cf. Mt. 13, 24-30), porque así se mostrará aún más la gloria de Dios entre los creyentes.
Prepárate, hermano, y agúzate, hermana, porque se nos envía como ovejas en medio de lobos (cf. Mt. 10, 16-22). No es sencillo lo que sucederá en este año de fiesta, aunque sea una celebración de la fe. Justamente por exponer la fe es que Jesucristo fue matado, y así todos los apóstoles y todos sus seguidores hasta nuestros días. Quizá en América casi no veamos asesinatos por causa de la fe, pero sí veremos documentales en contra de la Iglesia, reportajes y chismes en contra de los sacerdotes y obispos, pleitos en nuestras comunidades… Pero, como dice el Señor cuando le preguntaron sobre el fin de los días (cf. Mt. 24, 4-13), todo esto tiene que suceder. Esto debe ser alegría para nosotros, porque los enemigos de la Fe tendrán que enfrentar verdaderas corazas y templos que hemos construido con el conocimiento de aquello que creemos. ¡Ánimo! Que seamos otros cristos para el mundo, y así demostraremos que la Iglesia es siempre viva y fiel imagen de nuestro Señor Jesucristo.