Buen y santo día, amados hermanos y hermanas en el Señor. Que todo lo que vivamos en esta semana sea coherente con lo que hemos aprendido en Jesucristo, y que Dios se muestre bondadoso con nosotros para que, por la intercesión de san Cleofás, podamos comprender el verdadero valor y contenido de las Sagradas Escrituras y reconocer a Su Hijo en ellas.
Hemos visto que lo verdaderamente importante de la Biblia es su contenido, pero desde el punto de vista del plan de Salvación. Sin embargo, esto parece ser sumamente difícil para nosotros. Así como para san Cleofás fue difícil comprender en el camino a Emaús lo que las Escrituras decían sobre el Mesías, así parece que no hemos crecido en lo absoluto con respecto del conocimiento de la Palabra de Dios a pesar de que en estos dos siglos hemos avanzado tanto tecnológicamente. Muchas redes, muchos aparatos, muchas técnicas… ¿no nos ayudan a conocer más a Jesucristo? ¿No será que nos hemos vuelto sordos ante el mensaje de Vida de Dios, y, además, queremos que los demás se hagan los sordos?

¿Quiénes son de verdad los hermanos de Jesucristo? “Los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc. 8, 21). Pero, ¿cuál Palabra de Dios? La ley de Dios que está escrita en las Sagradas Escrituras pero que pueden ser sólo enseñada por Dios mismo (cf. Sal. 119, 27). Sólo Dios es el que puede interpretar las Sagradas Escrituras, puesto que de Él sale la Palabra de Vida que es Jesucristo, y es Jesucristo quien la explica a nosotros. Es el mismo Jesucristo quien dice que a todos se les anuncia el Evangelio, pero sólo a los Apóstoles “se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios” (Lc. 8, 10). La sucesión apostólica ha llegado hasta nuestros tiempos, como ya sabemos, y se manifiesta en los obispos. El primero de los obispos, el papa, nos dice que “las nuevas tecnologías de comunicación deben ponerse al servicio del bien integral de la persona y de la humanidad entera” (Benedicto XVI, Mensaje para la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales), y qué mejor bien que la Persona de Jesucristo, palabra de Dios encarnada, vivo en su anuncio por medio del kerigma y el martirio, vivo en la celebración de los Sacramentos por medio de la Liturgia, vivo en el servicio de la caridad por medio de la diakonia.
Ayer escuché un hermano cristiano no-católico hablar en la televisión de que la Biblia no necesita de un mes, sino de todo el año. Lo corrijo a él y a todos los que piensan como él: la Palabra de Dios es la que necesita entrar en tu vida, no la Biblia. La Biblia es un libro, una edición, un conjunto de páginas con tinta. No es ella la que debe ocupar el centro de tu vida, hasta el punto de tenerla casi como un ídolo o un fetiche. La Palabra de Dios es la que debe ser amada por ti y por todos, y es la que debe ser dada a conocer a todo el mundo. Es cierto que no todos aceptan a Jesucristo como Señor de su vida, quizá por estar predispuestos por el mal ejemplo que muchos damos o por el proselitismo que muchos procuran, pero el mensaje de Jesucristo no fue sólo sobre Él mismo, sino que hablaba del Reino de los Cielos, del Amor de Dios y del Amor del prójimo. No hay por qué obligar a los demás a conocer a Jesucristo, si el mismo Jesucristo no los obliga. Sin embargo, el Reino trae consigo valores, que son los valores que presenta el Señor, que son los valores que debemos vivir. Cuando te vean como ejemplo, entonces querrán amar la Palabra de Dios.
Si somos laboriosos y adquirimos tesoros (conocimientos, valores…) sin ningún tipo de engaños, si no deseamos el mal y nos apiadamos del prójimo, si somos simples y justos y no cerramos los oídos al clamor del débil… en fin, si somos coherentes meditando la ley del Señor, creyendo lo que leemos, enseñando lo que creemos y practicando lo que enseñamos (cf. Ritual de la Ordenación Presbiteral). No puede haber un verdadero cristiano que tome las Sagradas Escrituras de modo fundamental y que viva plenamente la Verdad de Jesucristo. Dios no necesita hacer un manual de usuario del ser humano si ya ha inscrito las leyes eternas en su interior. Se acaba el mes de la Biblia, pero debe iniciar el resto de tu vida amando y conociendo más las Sagradas Escrituras, y viviendo la Palabra de Dios como el Señor mismo ha querido que la vivas: en la plenitud de la Revelación que es Jesucristo, quien hizo y dijo cosas en este mundo, y que todas fueron transmitidas a los apóstoles y a sus sucesores los obispos en la Iglesia, que, por ello es ahora y siempre Madre y Maestra.