Buen día para todos los hermanos que buscan con sinceridad de corazón la Verdad de Dios. Pidámosle juntos a Él, que es rico en Misericordia y en Bondad, que haga de nuestras vidas búsqueda auténtica de Su Amor para que, por la intercesión de san Juan Gabriel Perboyre, nos convirtamos en motivo de salvación para todos los que nos rodean.
Ya hemos reflexionado sobre cómo la Palabra de Dios no puede verse limitada a la Biblia. Con esto no restamos importancia a la Biblia, sino que la colocamos en su justo lugar. Es más, aunque pueda escandalizar a algunos, tenemos que ser conscientes de que el uso del concepto “Biblia” para cuestiones de índole teológicas no es el adecuado; no es lo mismo decir en nuestras oraciones “la divinidad” que “Dios”, ya que lo primero puede utilizarse en la psicología y fenomenología del hecho religioso, y lo segundo se utiliza entre creyentes, sobretodo, cristianos. Lo mismo sucede con “Biblia” y “Sagradas Escrituras”. Sobre esto seguiremos reflexionando: ¿de qué manera debemos llamar a este gran libro que nos ha dejado Dios en la Iglesia?

La Biblia es, por definición, el conjunto de libros canónicos del cristianismo, aunque, como sabemos, este concepto era utilizado antes por los judíos para referirse al Tanaj (o Antiguo Testamento para nosotros). Luego este concepto de “biblia sacra” en latín (los libros sagrados) fue utilizado de manera más general entre los cristianos para referirse a la unión del Antiguo Testamento con los Evangelios y las cartas apostólicas (Nuevo Testamento), y dejó de ser una palabra neutra plural para ser una palabra femenina singular, que es como la conocemos hoy. Puede decirse que la Biblia contiene libros escritos desde el año 900 antes de Cristo hasta aquellos del año 100 después de Cristo, es decir, cerca de unos mil años. Sin embargo, el canon bíblico (que son objetivamente el conjunto de libros considerados inspirados) que conocemos data del año 392, cuando el papa san Dámaso I convocó un concilio en Roma que determinó que el Nuevo Testamento que utilizaba san Atanasio y el Tanaj de la Versión de los LXX (se lee “versión de los setenta”) iban a ser el Nuevo y Antiguo Testamento de nuestra Biblia. Desde entonces, esos 73 libros son considerados inspirados y, en 1546, en el Concilio de Trento, fue declarado este canon como dogma de fe.
Muchos hemos visto que hay muchas ediciones de la Biblia: de Jerusalén, Dios Habla Hoy, King James Version, Reina-Valera, el Libro del Pueblo de Dios, la Vulgata, etc. Todas ellas son sólo eso, ediciones de la Biblia. No pueden ser ediciones de las Sagradas Escrituras a menos que, como muchas sectas pseudocristianas hacen, cambien palabras y sentidos de textos dentro de alguno o varios libros de la Biblia. Pero hay ediciones de éstas que contienen traducciones adaptadas a ciertas realidades más o menos actuales y hay otras que, motu proprio y basándose en cuestiones de tipo emocionales, han decidido sacar los conocidos libros deuterocanónicos de la misma. Para evitar todo este lío, hace más de 1,500 años, la Iglesia pidió a un solo hombre que hiciera la mejor traducción de la Biblia posible desde los idiomas originales (hebreo, arameo y griego koiné) al latín, idioma oficial de la Iglesia. Este hombre fue san Jerónimo de Estridón quien creó la edición conocida como la Vulgata.
Considerar que las Sagradas Escrituras es lo mismo que la Biblia, es considerar que tu familia es lo mismo que cualquier familia. Dios ha inspirado a hombres para que escribieran estos textos que no son de índole histórica, sino que contienen un mensaje de Salvación, pero esto no quiere decir que los manipuló y ellos escribieron el lenguaje de Dios dejando de lado su psicología y su relación misma con Dios. No hay errores en las Sagradas Escrituras, aunque haya errores de compilación en las ediciones; no hay errores en ellas porque es un mensaje que perdura, sin embargo, amerita ser conocido este mensaje desde la realidad en la que fue escrita. Si tomamos un texto de las Sagradas Escrituras y lo descontextualizamos, el fundamentalismo acabará haciendo que nos cortemos partes del cuerpo, que matemos personas, que nos aislemos de los demás. Como libro impreso, su nombre es Biblia; como libros inspirados por Dios para que, de acuerdo con las autoridades dejadas por Dios para su interpretación (cf. 2 Pe. 1, 20-21), sean motivo de salvación para todos, se llaman Sagradas Escrituras.