Buen día, hermanos amados en el Señor. “Que la Gracia, la Misericordia y la Paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo, Su Hijo, estén con nosotros según la verdad y el amor” (2 Jn. 3).
Iniciamos el mes de septiembre, nuevamente, y lo consideramos el mes de la Biblia, ya que el 26 de septiembre de 1569 terminó de imprimirse la primera versión española de la Biblia, en Basilea, Suiza, conocida como “la Biblia del oso” (debido al oso que tenía en su portada), traducción realizada por el monje Casiodoro de Reina, y, además, el día 30 de este mes recordamos a san Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, conocida como la Vulgata, quien realizó tan célebre hazaña hacia el año 405. Este tema sobre la Biblia es uno que trae siempre controversias entre cristianos católicos y no-católicos, y entre cristianos y no-cristianos. Cosas básicas debemos conocer de la historia y de la teología para poder defender nuestra fe, y de eso reflexionaremos en todo este mes de septiembre: ¿es lo mismo “biblia” que “sagradas escrituras” que “palabra de Dios”?
La Palabra de Dios, aunque hace referencia a lo escrito en la Biblia, no se contiene sólo en la Biblia. Un ejemplo claro de esto lo da san Juan en el primer versículo de su evangelio: “εν αρχη ην ο λογος και ο λογος ην προς τον θεον και θεος ην ο λογος (en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios)”. Para nadie es un misterio que este “logos” o “Palabra”, en cuanto vivida, reflexionada y asimilada, es Jesucristo. Comprendiendo esto, hacemos referencia ahora a las dos conclusiones que tiene este mismo evangelio: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro” (Jn. 20, 30), y “Hay además muchas otras cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn. 21, 25). Si nos fuésemos al sentido literal del último de estos textos, veríamos la siguiente frase: “ϒραφόμενα βιβλία”, es decir, “libros que se escribieran”. Vemos, pues, que la palabra “biblia” significa “libros”; si Jesucristo es la Palabra de Dios, no puede ser contenido en un libro, ya que los libros ponen un límite a lo que expresamos y también a Dios. Diría san Agustín: “Si comprehendis, non est Deus (si lo comprendes, no es Dios)”, esto lo dice en el sentido original de “comprender”: hacer suyo de manera global.
Vemos, pues, que la Palabra de Dios no puede ser contenida en uno o varios libros, sino que estos libros hacen referencia cuasi-perenne a Ella. Pero la Palabra de Dios es más que lo que puede leerse, ya que Ella queda escondida en la Creación, en cuanto a que Ella, como Sabiduría de Dios, lo hizo todo, de manera especial al ser humano: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra […]” (Gn. 1, 26). Cuando Dios habla, esa Palabra hace. Esa Palabra habla en todo lo que existe, por ello es posible la oración de contemplación, en la que el ser humano puede encontrar a Dios y encontrarse a sí mismo por medio de lo que le rodea. Pero, ¡cuidado! No vaya esto a diluir el concepto de Palabra de Dios en cuanto a aquella que procede de Dios y vuelve a Él. No es un sentir bonito, ni es sólo una sensación de armonía… Es una realidad que hace. Dios es Bondad, Verdad y Belleza, y cuando Él habla lo Bueno y lo Bello se hace Verdad, una Verdad que no puede ser mala ni desordenada. Por ello, cuando la Palabra de Dios llega a tu vida, no se limita a hacerte cambiar de paradigmas morales, sino que cambia tu actitud y tu mentalidad, y te hace dejar de ser lo que has venido siendo (un desorden basado en autoengaños y mentiras sobre las intenciones de los demás, que busca centrarte en ti mismo por miedo a la entrega) y te convierte en justamente lo opuesto, una Imagen y Semejanza de Dios para ti y para todos.
La Palabra de Dios, pues, no es el texto escrito, aunque el texto escrito hace referencia a Ella y, hasta cierto punto, la transmite. La Palabra de Dios está también en las obras de los que creen, en la misma obra creada por Dios, y, de manera muy especial, en los seres humanos, sean creyentes o no. Cuando tienes una relación de verdad con Dios y Su Palabra, no puedes buscar contiendas innecesarias, porque esto contradice a Dios mismo, que es comunidad, que es Amor. La Palabra de Dios, cuando es proclamada en alguna comunidad como parte de una prédica, merece respeto, pero un respeto consciente de que en sí no es la Palabra el texto leído, sino el contenido que hace que vivas. Por ello, el lugar especialísimo de la proclamación de la Palabra de Dios debe ser uno donde la comunidad conviva en el Amor y la oración, y esto sucede en la liturgia eucarística. Es por esto que en la liturgia de la Palabra no se dice “texto de la Biblia” sino “Palabra de Dios” al finalizar las proclamaciones; es por esto que la liturgia de la Palabra no se llama “liturgia de la Biblia”. La Iglesia está muy consciente de esta verdad, y, como tú y yo somos Iglesia, debemos preocuparnos más por conocer y entender esto para llevar una mejor relación con la Palabra de Dios que es Jesucristo.