Buena tarde, hermanos y hermanas en el Señor. Pidamos a Dios, que siempre tiene amor para buenos y malos, nos enseñe el camino de Su Voluntad, y que, por la intercesión de san Romualdo y san Lamberto, podamos identificarnos con la Fe que Su Hijo Jesucristo nos ha dejado por medio de los Apóstoles y podamos así ser testigos suyos donde quiera que estemos.
Hace poco estuve conversando con un joven que pertenece a un movimiento de la Iglesia que me ha mostrado desesperación ante una conversación con un cristiano que no pertenece a una iglesia, es decir, es uno de aquellos hermanos que mal-llamamos evangélicos o cristianos o protestantes. Este hermano separado de la fe íntegra le decía al joven que la doctrina que profesamos es la que nos va a condenar porque Jesucristo nos libró de la ley, porque el Señor es persona, no doctrina. Cualquiera que leyera la carta de san Pablo a los gálatas o a los romanos pudiera comprender esto mismo si lo hace fuera del contexto de la carta misma y de la realidad en la que fue escrita. Para comprender estas cosas sería necesario que, primero, el apóstol Pablo enseñara una serie de cosas previas. Refiriéndose a las cartas de Pablo diría san Pedro: “En ellas hay pasajes difíciles de entender, que algunas personas ignorantes e inestables interpretan torcidamente –como, por otra parte, lo hacen con el resto de la Escritura– para su propia perdición” (2 Pe. 3, 16b). Como este joven hay muchos más que ignoran casi totalmente su fe y se basan sólo en emociones para conocer a Dios.

La Iglesia lleva casi dos mil años existiendo, y en este tercer milenio ha tenido muchas dificultades, sobre todo, en su interior. Pero las dificultades no han venido porque la Iglesia haya mentido algún tiempo atrás, sino porque no se ha sabido inculcar el sentido de pertenencia a la fe que ha quedado cimentada sobre los Apóstoles. Con el Concilio Vaticano II vino una reforma de la percepción de la fe, que ha permitido que haya nuevas manifestaciones del Amor de Dios a través de la acción del Espíritu Santo. Lo lastimoso es que muchos hayan olvidado su fe para quedarse sólo con las consecuencias de la fe, y hayan querido hacer de estas consecuencias el centro mismo de su fe. Al que piensa y actúa así, desechando la parte racional de lo que experimenta en Jesucristo, no le queda ningún otro camino que el de la confusión, el de la duda sobre lo absurdo, el camino de alejamiento de Dios. Normalmente, éstos que han decidido limitar su fe a los sentimientos son jóvenes que han querido conocer a Jesucristo a través de las Sagradas Escrituras y que encuentran que las doctrinas de la Iglesia son pesos que esclavizan a las personas.
Desde el Concilio Vaticano II, esto es, desde 1962, la Iglesia ha querido mirarse ella misma para conocer quién dice la gente que es ella y quién dice ella misma que es. Su Santidad Benedicto XVI, ha retomado todo el concilio y ha querido actualizarlo lo más posible a través de posturas oficiales de la Iglesia con respecto de él. Llevamos casi 50 años de haber sido convocado este concilio y aún hay personas que ni siquiera saben que esto sucedió en la Iglesia. Por ello es necesario que aprovechemos las oportunidades y profundicemos en nuestra fe, puesto que, sin esta formación, acabaremos relativizando hasta nuestras propias personas para dedicarnos a buscar a un Jesucristo a medias, borroso, e incoherente con 2,000 años de fe. En lugar de querer manipular la persona de Jesucristo, deberíamos procurar conocerla y llegar al conocimiento de Su Verdad. Por ello, a raíz del instrumento de trabajo o Instrumentum laboris que ha sido publicado hoy para el sínodo de obispos de octubre sobre los nuevos métodos de evangelización, les propongo que reflexionemos con él para lograr recibir mayores frutos una vez haya concluido dicha asamblea.
Cuando los apóstoles le piden al Señor que les aumente su fe (cf. Lc. 17, 5), Éste les dice que una fe pequeña haría grandes cosas, pero que, sencillamente, una fe que tiene obras es la fe a la que estamos llamados. Esta coherencia entre obras y fe es algo que debemos procurar, pero para saber cuáles obras van de acuerdo con mi fe, debo primero conocer la fe que me invita a obrar. Es responsabilidad de Pedro confirmar en su fe a los hermanos (cf. Lc. 22, 32), y ha sido el sucesor de él quien ha querido convocar todo un tiempo de reflexión sobre aquello en lo que creemos. Habrá divisiones, porque a Satanás no le gusta que haya transparencia en la Verdad, pero debemos poner nuestro mayor esfuerzo en que todos los que nos rodean conozcan la Verdad de la Fe que profesamos. Jesucristo fue quien dijo que todo es posible para el que tiene fe (cf. Mc. 9, 23). Si tienes voluntad de crecer en el Señor, te invito a que digas como el padre del niño que estaba poseído por un espíritu mudo y sordo: “¡Creo, ayuda mi poca fe!” (Mc. 9, 24).