Bendiciones abundantes, hermanos y hermanas, en este día. Que Dios Todopoderoso y Eterno, que hizo de lo que era nuestra condena causa de nuestra Salvación, nos enseñe a cumplir Su Voluntad de la misma manera que Él nos la muestra, y que, por la intercesión de san Bonifacio de Mainz, sepamos vivirla plenamente todos los días de nuestra vida.
En el fin de semana tuve la oportunidad de participar en el II Encuentro Nacional de Comunicadores Católicos que se realizó en la Universidad Católica Santo Domingo de mi país y cuyo tema era el propuesto por su santidad Benedicto XVI para la 46ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: “Silencio y Palabra: Camino de Evangelización”. Fue muy enriquecedor todo el evento y me hizo reflexionar si verdaderamente permito que el otro hable para yo comprenderlo. Descubrí que la misión de la Iglesia es la enseñanza (“Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”, Mt. 28, 19-20a), pero que la enseñanza implica primero conocer el receptor del mensaje, y para ello es necesario que el receptor se haga emisor del mensaje que posee. La gran novedad de Benedicto XVI en este sentido es que él muestra el silencio como parte necesaria de la comunicación humana, cosa que no se enseña en casi ningún lugar del mundo. Y se atreve a decir aún más: el silencio no es una parte pasiva de una conversación, sino una parte activa.
Es curiosa toda esta gran “revelación” de Benedicto XVI, porque Dios siempre ha actuado así. El santo padre nos muestra que en el silencio es que Dios permite que el ser humano hable a Él. Cuando Dios habla, las cosas son; cuando Dios calla, lo creado responde a Él. Por esta misma razón es que se nos inculca en nuestras oraciones personales y comunitarias y, sobre todo, en nuestras liturgias que debe haber momentos de silencio, para que escuchemos a Dios actuando y respondiendo nuestras dudas e inquietudes. Si no hay silencio en el diálogo con Dios, nunca escucharemos la Voluntad Suya para nosotros. Pero es bueno señalar que el diálogo con Dios no es mío y de Él aislado, porque Él habla a todos por igual, lo que hace que mi diálogo con Él sea un diálogo con mis hermanos, con mi Iglesia. Cuando nos aislamos de la fe comunitaria, de la fe que vive la Iglesia, estamos aislándonos de Dios mismo y nuestra relación comunicacional con Él no está siendo efectiva.
Dios ha hablado en la persona de Jesucristo, ya que Jesucristo es la Palabra de Dios, sin embargo Dios también ha hecho silencio para escucharnos a nosotros, y Su mayor silencio fue en la Cruz. En ese momento Dios no calla por abandono, sino que calla por respeto a la conversación que ha venido teniendo con el mundo y por Amor a Sus hijos. Pero ya el Señor Jesús, antes de entregarse en la cruz, se había entregado a los suyos en la mesa del Pan y del Vino; Jesucristo se entregó primero como especies eucarísticas y luego imitó esa entrega en el altar de la Cruz. Por ello, es la Eucaristía un gran silencio de Dios para que podamos darle a Él lo que ya Él nos ha dado: la verdadera acción de gracias por el Amor que ha tenido con nosotros. Celebrar la Eucaristía es amar el silencio de Dios y decir justo lo necesario, no adornar con canciones, gestos, palabras y acciones reverberantes. La Eucaristía es ser Dios en Dios, ya que es Él quien se nos entrega en la persona de Jesucristo en Su Cuerpo y Su Sangre.
Celebrar una Eucaristía cuyo motivo sea la Eucaristía misma, es decir, Corpus (et Sanguis) Christi, es una de las cumbres del Sacramento mismo. Por ello, esta celebración suele ser una que es convocada por los obispos, como sucesores de los Apóstoles, para ser celebrada en la comunidad zonal o diocesana. Ellos convocan esto como guardianes celosos del ministerio instituido por el Señor al iniciar Su Pasión. Guardar el mayor silencio posible y dejar que Dios nos hable debe ser la mejor respuesta de un creyente en la Eucaristía, sin olvidar que es un silencio comunitario, que es una respuesta de fe que espera con sus hermanos la Palabra Dios. Si me ocupo yo de hablar con Dios y no enseño a mis hermanos la importancia del silencio en la comunicación con Dios, mi comunicación no será la ideal, porque hablar con Dios es hablar con mis hermanos.