¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Que Dios siga mostrándonos Su Amor a través de la Resurrección de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y que, por la intercesión de todos los santos, de manera especial la de san Ezequiel y san Macario de Antioquía, seamos testigos verdaderos de la Esperanza que llevamos dentro.
Hay un momento en el Pregón Pascual en el que se pronuncian las mismas palabras de la plegaria eucarística: “–El Señor esté con ustedes. –Y con tu espíritu. –Levantemos el corazón. –Lo tenemos levantado hacia el Señor. –Demos gracias al Señor, nuestro Dios. –Es justo y necesario”. Este diálogo de quien preside el momento con los feligreses ha acompañado a la Iglesia desde hace siglos, sin embargo, en muchas ocasiones omitimos la atención que deberíamos ponerle para automatizar las respuestas. El saludo de Paz, de Amor, de Fortaleza que implica “El Señor esté con ustedes” es uno que nos recuerda la presencia constante de Dios en nuestras vidas a pesar de que hagamos el esfuerzo de olvidarnos de Él. Pero hoy reflexionemos sobre las otras dos frases con sus responsorios.
La expresión “Levantemos el corazón” es una frase acomodada del latín “Sursum corda”. La frase en latín no es una sugerencia, sino un mandato de aquel que representa a Jesucristo en el momento de la celebración sacramental; su traducción más literal pudiera ser “¡Arriba los corazones!”. La misma lengua española tiene la frase en modo imperativo, pero nos hemos acostumbrado demasiado a escuchar estas cosas que ya es una especie de sugerencia, o, peor aún, un aforismo que utiliza la Iglesia para generar buenos deseos. Es un momento de despertar del sueño en que el pecado nos ha metido. El “Sursum corda” es el equivalente oral de la palmada que se te da en la cara cuando recibes el sacramento de la Confirmación: un “¡Despierta!”, un “¡Te llama Jesucristo!”; es el equivalente de toda la vida de conversión que llevamos, y en el cual se puede resumir todo nuestro caminar.
A este “¡Arriba los corazones!” respondemos “Lo tenemos levantado hacia el Señor”, aquí no sucede lo mismo que con el anterior; la frase en español es lo más cercano posible al texto en latín, que dice “Habemus ad Dominum”, y cuya traducción sería “Lo tenemos hacia el Señor”. La dificultad de vivir esto no reside en la frase, sino en lo que entendemos de la frase. Tener el corazón levantado hacia el Señor quiere decir, primero, que nuestros corazones están por debajo de lo que el Señor ha querido para nosotros, debido al pecado en el que constantemente decidimos envolvernos; y, segundo, que la razón de ser de nuestros corazones están en el Señor, puesto que, aunque no estén aún en el Señor, están dirigidos hacia el Señor. Y por ello deberíamos darle las gracias al Señor, porque sólo con Él es que nuestros corazones salen del inframundo de nuestros pecados y suben hacia Él, en el verdadero Amor en el que deben estar.
“Demos gracias al Señor, nuestro Dios” quiere decir que demos gratisa Él lo que de Él hemos recibido. No es sólo decir “gracias”, sino hacer “gracias”, es decir, una vez hemos recibido de Dios la facultad de salir del pecado que nos inunda y elevar nuestras vidas con Él, una especie de Resurrección, sólo podemos darle como satisfacción lo que ya Él nos ha dado a nosotros. Es la misma ofrenda de Jesucristo pero en nuestras propias vidas; Jesucristo es el único sacrificio capaz de borrar la culpa pasada, pero es Dios mismo quien se entrega. Nosotros le hemos dado lo que Él nos dio primero. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero, diría san Juan (cf. 1 Jn. 4, 19). Y respondemos a esto con “Es justo y necesario”, es cuestión de justicia para con Dios y necesidad para nosotros. A Dios, que es bueno y sólo bueno con nosotros, ¿qué le corresponde en justicia, sino bondad? Para Dios sólo lo mejor, pero no sólo según nuestras capacidades, sino las capacidades que adquirimos en el Espíritu Santo que se nos ha dado por los méritos del Señor; y aquí se convierte en necesidad, porque sólo con este Espíritu es que sabemos lo que corresponde a Dios y, así, podemos ser en Dios.
Según el pregón, lo que es justo y necesario es aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios y a Su Hijo, porque ellos son los responsables de que el pecado que cometimos se haya perdonado. Porque nuestro pecado contra Dios fue eterno, la deuda debió haber sido pagada en la eternidad. La única manera en que fuera pagada dicha deuda eterna era con el Único eterno del universo: Dios. ¿Cómo se sacrificaría a Dios, si Dios no muere? Tomando la misma condición de aquellos que no moríamos hasta que decidimos dejar entrar la muerte por el pecado. ¡Qué misterio de Amor más grande! Y todo eso queda en un breve responsorio del pregón. ¡Gloria a Dios por la santa madre Iglesia, que se alegra con los ángeles y con Dios mismo! Ojalá podamos vivir siempre con el corazón arriba, en Dios, y podamos aclamar al mundo constantemente con nuestras obras que lo tenemos levantados hacia Él.