Buen día, hermanos y hermanas que entregan sus vidas para la salvación de muchos. Pedimos juntos a Dios, que es Poderoso y Misericordioso, que, por la intercesión de san Ruperto, podamos tener las fuerzas para evangelizar con Amor y Autoridad todas las situaciones y personas que nos rodean.
Hoy recordamos la memoria de san Ruperto, quien fuera un obispo que, con un buen número de misioneros, se encargó de evangelizar el sur de Alemania, específicamente Baviera. Esto fue exitoso gracias a los sermones suyos que lograban un gran número de conversiones y gracias a las milagrosas curaciones que hacía. Nosotros tenemos hoy un gran misionero de Baviera que, justamente, se encuentra en misión apostólica, es decir, visitando como vicario de Jesucristo lugares que necesitan escuchar el mensaje. Este bávaro, bautizado con el nombre de Joseph, es ahora el pontífice que se hizo llamar Benedicto XVI, porque su intención es estimular la Paz en el mundo.
Con estas visitas apostólicas de su santidad a México y a Cuba han surgido hermanos dentro y fuera de la Iglesia que lo critican. Muchos insisten con que el papa debería dejar de reunirse con las autoridades del gobierno y establecer diálogos con los grupos que reclaman sus derechos a través de luchas sociales. Nunca faltarán cristianos que no ven la gran imagen y que sólo se fijan en el punto en el que están. Si Benedicto XVI es papa, es porque así lo ha decidido el Espíritu Santo a través de los hombres que componen el colegio de electores. Condicionados o tergiversados los electores, Dios está por encima de estas cosas y dispone todo para el mayor bien de los que le aman y le buscan (cf. Rm. 8, 28). Pero la misión del papa no es unirse en armas con los armados, porque, aunque tengan razón en exigir sus derechos, la violencia nunca es respuesta para nada. La misión del papa es aquella que queda expresada por Jesucristo al dirigirse a Pedro: “Yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc. 22, 32).
La misión del papa es buscar la paz apelando a las conciencias humanas. El territorio que gobierna el sumo pontífice son las conciencias humanas, y sólo si se dejan guiar por él. Aunque los presidentes de los citados países sean indiferentes a la moral mínima que hay que tener, siguen siendo hijos de Dios que necesitan de conversión, no de maltrato. Aunque tienen una gran responsabilidad y se les exigirá por ello mucho más que a cualquiera, Dios no se impone en ellos y nunca lo hará, porque ése no es Dios. ¿Qué hace el papa como otro Cristo que anuncia la Esperanza? Reunirse con encargados de grandes grupos para llevarles la corrección y el Amor que Dios les envía. Ese mensaje viene a ser confirmado por las obras de misericordia que realizamos los creyentes; pero si no se ven estas obras, es más difícil que el líder crea y se convierta.
Así como el Hijo de Dios tiene que ser levantado en la cruz para que todos sepan quién es Dios, así todos los hijos de Dios deben ser levantados en sus cruces para que todos vean el poder del Amor de Dios. Es asumir las miserias mías y las ajenas, y es renunciar a las revoluciones lejos del Amor lo que hará que otros comprendan. Cuando no te defiendas por cosas personales, sino que comprendas que el otro actúa mal por ignorancia, comprenderás el mensaje de Jesucristo. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34a) decía el Señor ante los que le hacían daño físico y emocional, mas no espiritual. No es que te quedes cruzados de brazos esperando que se aprovechen de ti, porque eso no es Amor, pero tampoco es que tomes las armas o inmovilices un sector del país, cuando hay muchas familias necesitadas que dependen de ciertas cosas para sobrevivir. El Amor sale a buscar los momentos para sacrificarse, nos diría el santo padre en la encíclica Deus Caritas est, y nos diría ayer en la homilía de la santa Misa con ocasión del 400º aniversario del hallazgo de la Virgen de la Caridad del Cobre en Cuba: “Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios”.
Sólo cuando comprendamos que Dios apela a nuestra libertad, a nuestras conciencias, entenderemos también que la misión de cambiar el mundo es cuestión de todos, pero, en especial, de los laicos que han conocido el verdadero mensaje de Jesucristo. Ahí, en nuestras conciencias, es que está nuestro sagrario, donde podemos encontrarnos con el Espíritu Santo de Dios; ya diría san Pablo: “mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo” (cf. Rm. 9, 1b). Apelemos a nuestras conciencias y a las de los demás, y así dejaremos que Dios sea el que guíe nuestras obras, no sólo nuestras voces y nuestras armas.