Santo día para todos ustedes, mis hermanos que se identifican con la Voluntad de Dios. Que Dios, nuestro Padre, nos muestre las bondades de Su Amor por medio de las obras que ha realizado en todos nuestros hermanos que comparten Su Gloria, y que, por la intercesión de todos esos hermanos santos, podamos ser reflejos vivos de la Luz que procede de Dios Trino y Uno.
Hoy celebramos una solemnidad única, en la que, desde hace siglos, la Iglesia recuerda a todos los santos. Este día da respuesta a aquellos hermanos que dicen: “¿Y quién dijo que sólo los que declara la Iglesia son los únicos santos?”. Hermano que preguntas eso, tienes toda la razón. Sólo quienes desconocen el Amor de Dios y, por lo tanto, la razón de ser de la Iglesia son quienes afirman su ignorancia con respuestas incoherentes a esa pregunta. Sin embargo, hay que aclarar que, aunque todos debemos ser santos para compartir la gloria de Dios, no todos llegarán a esa bienaventuranza. Confiar y creer en la Misericordia de Dios contiene en sí también confiar y creer en Su Justicia: quien no se arrepiente conscientemente de su vida equivocada no puede contar con el perdón de Dios. Y eso lo explica toda la liturgia de hoy.

Luego de la fiesta anti-valores y anti-humana de Halloween, nosotros celebramos la Solemnidad de Todos los Santos. De hecho, desde cerca del año 411 la Iglesia conmemora a todos los santos (en otra fecha), pero es desde el siglo XVI que se tiene registro escrito de Halloween. Por eso el nombre de Halloween: All Hallow’s Eve (la víspera del día de Todos los Santos). Esto no quiere decir que no pase nada en Halloween que vaya en contra de lo espiritual. Lo que preocupa es que el día de hoy, Solemnidad, pocos cristianos recuerden ir a misa y dar gracias a Dios por los hermanos que han sabido ser amigos de Dios y vivir lo que Él nos ha prometido en Jesucristo. Pero, desde hoy eso cambiará, ¿verdad?
Tenemos intercesores especialísimos, y a ellos les pedimos muchas cosas. Diría una estrofa del himno de las primeras vísperas de esta Solemnidad (entiéndase, los rezos de la noche de anoche): “Soldados del ejército de Cristo, / santas y santos todos, / rogadle que perdone nuestras culpas / a Aquel que vive y reina entre vosotros”. Ellos interceden con Amor y por Amor ante el Amor mismo, que procura siempre el bien supremo de cada uno de nosotros: aceptar el Amor. Pero es un Amor que no se queda ensimismado, como diría Benedicto XVI al hablar de la religión, que no debe quedarse “como un simple sentimiento individual relegado a la esfera privada” (ante las credenciales del nuevo embajador de Brasil, 31 de octubre de 2011), sino que debe hacer público, porque es un Amor para todos. Nos diría san Balduino de Ford que “la unidad del Espíritu procede del Amor de Dios; de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el vínculo de la Paz; de la comunión del Espíritu Santo, la comunión necesaria para aquellos que viven en común” (Tratado sobre la vida cenobítica). La Gracia de Dios es la que nos devuelve la comunión con lo creado, con nuestros hermanos, con nosotros mismos, pero es Su Gloria la que nos hace verdaderamente uno en Él. La Gracia nos va perfeccionando para la conciencia plena del Amor, pero una vez alcancemos esa plenitud (que sólo se alcanza en el Cielo) participaremos de la Gloria Eterna.
Jesucristo nos da las Bienaventuranzas como itinerario de santificación. Pero no seamos tontos: Él habla de ser felices los pobres en el espíritu, los que lloran, los que sufren, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos… ¿Qué tienen en común ellos? Que todo eso que hacen y que padecen, lo hacen y lo padecen por los demás, no por sí mismos. Éstos son la “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap. 7, 9) “que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la Sangre del Cordero” (Ap. 7, 14). Esto quiere decir que “el que persevere hasta el final, se salvará” (Mt. 24, 13).
No somos santos, pero estamos en el camino de la santidad. No vemos todavía la Gloria de Dios manifestada en su plenitud, pero podemos pregustarla en el Amor, que se manifiesta de manera excepcional en la Eucaristía. No somos el mejor ejemplo para los demás, pero podemos mostrarle lo que Dios hace en nosotros con nuestros testimonios. Santo no es aquel que nunca pecó, sino aquel que se apoyó totalmente en la Palabra de Dios y lo tuvo a Él como amigo. San Balduino de Ford reconocería esto por medio de estos versos: “Arráncame, Señor, este corazón de piedra. ¡Dame un corazón nuevo, un corazón puro! Aduéñate de mi corazón. ¡Habítalo! ¡Arrópalo! ¡Llénalo! Modelo de belleza, sello de santidad, imprime tu imagen en mi corazón, grava en él el sello de tu misericordia, oh Dios de mi alma, mi porción por toda la eternidad”. ¡Feliz día de tu santo!