¡Gloria a Dios en el Cielo! Todos los días son de bendiciones para aquellos que reconocen que Dios se encarga de conducirlos por el camino necesario. Por ello, pidamos a Dios que nos enseñe a reconocerlo en todos los lugares, en todos los momentos, en todas las situaciones, para que podamos ser testigos suyos capaces de transformar nuestras vidas en ejemplo de Jesucristo y, con ello, transformar las vidas de los que nos rodean.
Dios es tan sabio y tan rico en bondad que todo lo que Él hace es para beneficio de nosotros y para gloria de Él. De esto fuimos testigo hace poco un grupo de hermanos, que tuvimos la oportunidad de organizar unos talleres formativos que contaron con un apoyo tremendo. Era increíble ver cómo Dios iba organizando todo –lugar, personas, comunicación, refrigerios, tiempo– según lo que Él entiende que era lo mejor para todo se diera tan perfecto y beneficioso como se dio. Ya diría san Pablo en este sentido: “Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús” (Fil. 1, 6). Pero es necesario tener los ojos de la fe para poder comprender esto, porque, si no es así, fácilmente podemos hablar de coincidencias, de fortuna, de suerte, y no de una disposición divina para que todo funcione para salvación de todos.
La fe es un don de Dios y, aunque implica una actitud nueva ante los acontecimientos, no es sólo un cambio de actitud. Cuando cambiamos de actitud disponemos nuestra parte humana a abrirse al mundo invisible, a lo espiritual, a lo trascendente, pero este mundo no puede ser percibido por nosotros sin la compañía constante del Santo Espíritu de Dios, quien nos regala la fe, que nos hace comprender estas cosas. ¿Quieres llevar una vida plenamente como la de Jesucristo? Empieza a comprender que, como Jesucristo, eres cuerpo y espíritu, es decir, eres finito e infinito. La finitud viene a ser “infinitizada” cuando aceptamos los planes de Dios por los méritos de Jesucristo en ti. Al reconocer esta realidad única en toda la creación, estás reconociendo que no eres sólo un animal racional, y que no eres un conglomerado de células (como muchos pretenden catalogar al individuo humano desde su concepción). En resumidas cuentas, eres especial para Dios porque Él te hizo especial, no porque hay que decirte eso para “lavarte el cerebro”.
Reconocer que Dios te ha creado especial es reconocer a Dios en tu vida. ¡Hay un vínculo! Sí, hay un vínculo. Los que, entre nosotros, han querido llevar una vida cristiana haciendo énfasis sólo en los aspectos sociales –obras de caridad, fundaciones, movimientos políticos, asociaciones pro-desarrollo– están diciendo que sólo estos aspectos son lo importante en el cristianismo. Por igual, los que, entre nosotros, han querido llevar una vida cristiana enfatizando sólo lo espiritual –retiros, adoraciones, rosarios, grupos de oración– están gritando que sólo eso es lo importante para Dios. Ambos grupos están bien, pero no están en la plenitud de la Verdad. Es cierto que Jesucristo nos dice en el evangelio según san Mateo que cada vez que hicimos algo bueno con alguno de nuestros hermanos, con Él lo hicimos (cf. Mt. 25, 31-46), pero es el mismo Jesucristo quien, tres capítulos antes, nos recuerda que lo importante de la ley y los profetas es el amor (cf. Mt. 22, 34-40). No podemos catalogar al ser humano como sólo lo social, y decir que lo espiritual es algo extra. El ser humano es humano justamente porque es creado a imagen y semejanza de Dios, y, por lo tanto, posee su aspecto social y posee su aspecto espiritual. Esa unidad es innegable para los que buscan de Dios, pero dudosa para los que han querido relativizar a Dios.
¿Y que tiene esto que ver con la fe y con que todo obre para bien? Que si reconoces que Dios es capaz de dirigir los aspectos espirituales y los físicos en tu vida, debes reconocer que lo hace porque lo espiritual y lo físico es importante para Él. Cuando no lo haces así, no estás abriendo tus ojos de la fe para comprender Sus Maravillas y, por lo tanto, estás perdiéndote del grandioso espectáculo que ha preparado para ti desde toda la eternidad, y tú, sencillamente, dices que no escuchas a Dios o que no lo ves actuar. Si no lo ves actuar no es porque Él no actúa, sino porque no sabes ver a Dios. Todo nos habla de Él y Él nos habla en todo. Pídele a Dios que te dé ojos bien abiertos en tu fe para verle y oídos para oírle, porque esta vida es una obra espectacular en una sola función y los actores principales son Dios y tú.