Buen día, hermanos amados del Señor. Que este día siga siendo un día de bendiciones y, para aquellos que no lo perciben como tal, sea también un día de abrir los ojos y los oídos y podamos conocer mejor la Voluntad de Dios con nosotros y con los demás. Que el día de hoy sea uno de bondad y misericordia de nosotros para con los que nos rodean y así, dando, podamos recibir más a cambio.
Esta vez he iniciado a escribir tarde la reflexión que tendremos hoy, pero Dios sabe las razones y Él mismo es quien ha dirigido todo desde la Eternidad. Pienso en el Evangelio del Domingo pasado en el que nuestro Señor Jesucristo multiplica panes y pescados a partir de los que tenían disponibles los apóstoles. Y, por igual, pienso en los milagros que narra el Evangelio de hoy, en el que Jesucristo camina sobre las aguas y manda a Pedro a hacer lo mismo. Y, por igual, pienso en el milagro más grande de todos, que es la fe, manifestada en las lecturas de los evangelios del miércoles, del jueves y del viernes que culmina con la manifestación transfigurada de Jesucristo ante aquellos que le tienen fe el sábado. No es casualidad que hoy reflexionemos sobre cómo la Divina Providencia también incluye dones espirituales además de los materiales.
El milagro más grande en una persona no es el hecho de que pueda ver, escuchar o sentir a Dios, sino la fe que la lleva a eso. Es cierto que Dios manifiesta Su Voluntad a quien Él quiera revelársela. Pero también es muy cierto que Él no revelará nada a aquél que no esté preparado para entender el mensaje y aprovecharlo. Toda la historia de la salvación es una manifestación de esto: es necesario que se den las situaciones adecuadas para una gloriosa manifestación de Dios entre los seres humanos. ¿Qué hubiese sucedido, por ejemplo, si Jesucristo caminara sobre las aguas y no hubiera nadie para verlo? El milagro se da, pero no da frutos. ¿Puede considerarse esto un milagro? Los milagros que hace Dios tienen como fin el engrandecimiento de la persona humana y su vuelta a Él. ¿Por qué? Pues porque Dios ha hecho de nosotros el centro de Su creación, la Imagen Suya en la tierra, de quien depende la reunión de todo lo creado con Su Creador.
Dios no hace nada para engrandecerse Él solo, porque Dios no es egoísta. Si Dios fuera egoísta, el Amor lo fuera también, y sabemos que no es así. Dios es Amor, ¿y qué es el Amor? El Amor es un salir de sí mismo para que otros puedan alcanzar la bienaventuranza de Dios. Quien menos cómodo debe estar soy yo, porque otros quizá no tengan otra posibilidad de conocer a Dios que a través de mis actos. Cuando asumes verdaderamente la misión de ser ejemplo para el mundo estás siendo causa de la Providencia de Dios para muchos. Y no es que Dios necesite de ti para hacer lo que desea, sino que Dios, siendo Amor, busca los mejores movimientos en el tablero de la historia humana para que tú, yo, los demás y Él salgamos ganando. Cuando abres los ojos y ves que hasta las carencias materiales que tienes son para que tú te engrandezcas en Él, te fijarás que, en verdad, todo obra para bien de los que aman a Dios.
No tengo el teléfono móvil que quiero, ni los espejuelos que quiero, ni tengo la casa que deseo, ni el vehículo que quiero, ni tengo la familia que deseo, ni la ropa que quiero, ni los zapatos que quiero… pero tengo el teléfono móvil, los espejuelos, la casa, el vehículo, la familia, la ropa y los zapatos que Dios ha permitido que tenga para que pueda aprender de humildad, de paciencia, de mansedumbre, de perseverancia, de amor, de solidaridad, de abnegación. Además, si yo no paso esta necesidad, ¿cómo serán los demás causa de la Providencia para mí? ¿No sería acaso muy egoísta de parte de Dios que me supla todas mis necesidades, porque así no permite que los demás puedan practicar la caridad? Pero sabemos que Dios no es egoísta, porque es Amor.
Ahora, una vez abiertos un poco nuestros ojos en el Amor, sólo falta practicar constantemente este ejercicio: dar y recibir. Saber dar es algo en lo que hacemos mucho énfasis en nuestra vida de cristianos, porque es algo que cuesta; pero saber recibir es algo en lo que debemos hacer énfasis por igual, puesto que solemos olvidarlo con frecuencia: si hay alguien que da, hay alguien que recibe. Tengo justo lo que Dios quiere que tenga para que los demás puedan encontrarse con Dios al recibir de mí lo que necesitan recibir y al darme a mí lo que necesitan darme. ¡Qué gloriosa manifestación de Amor ha tenido Dios con nosotros! Vamos a gastarnos en el Amor, que el descanso será en el Cielo.