Buen día, hermanos que buscan de Dios con todo su corazón. Que este especial día sea uno lleno de la Gracia de Dios, y que Su Amor sea el que se manifieste para que, fortalecidos con los testimonios de conversión veraces de toda la Iglesia y por la intercesión de santas Justa y Rufina, podamos ser sacramento de salvación para todo el mundo.
Es importante concluir esta serie de reflexiones haciendo énfasis en cuál es el trato que deben recibir las personas homosexuales. Un documento muy importante en la Iglesia en este sentido es la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe que trata sobre la atención pastoral a las personas homosexuales titulada “Homosexualitatis problema” de 1986. Toda se puede dividir en dos grandes puntos: lo que ocurre con las personas homosexuales, los engaños a los que son sometidos, la manipulación de la doctrina de la Iglesia; y la atención pastoral que deben recibir de parte de todos, en especial de parte de la Iglesia. Sobre lo primero ya hemos reflexionado, y sólo habría que decir que en muchísimas ocasiones las mismas personas homosexuales no han profundizado realmente en su situación de homosexualidad y, por lo tanto, pueden caer en un activismo pro-homosexual cuando se dejan llevar por las pasiones. En este sentido, luego de hablar de los frutos del Espíritu, san Pablo les recordaba  a los gálatas “los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” (5, 24).

Con respecto de lo segundo que trata la carta de la Congregación, la misma hace referencia a la “Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual” de 1975, y recuerda que es un deber tratar de comprender la condición homosexual, que la culpabilidad de los actos homosexuales debe ser juzgada con prudencia, tomando en cuenta la diferencia entre la tendencia homosexual y los actos homosexuales -sobre lo que siempre se ha hablado, buscando el grado de conciencia y voluntad en la homosexualidad- (no. 3). Sin embargo, el texto aclara que, aunque la voluntad se ve coaccionada en la tendencia homosexual, esto no quiere decir que hay que aprobar la misma como inocua y hasta benévola. Amar a las personas es estimularles lo bueno y corregirles lo malo. Cuando digo “bueno” y “malo” me refiero a lo que favorece la dignidad humana y lo que la lleva en detrimento, respectivamente. Aquellos que sólo buscan fundamentar sus razones en cuestiones del lenguaje, o en extractos de textos bíblicos, son personas que, claramente, no desean encontrarse con la verdad, sino justificar lo injustificable. Así, hemos de recordar que, para una correcta interpretación de las Sagradas Escrituras, es necesario hacerlo en acuerdo con la Tradición, ya que el texto sagrado nace en la Iglesia a partir de una Tradición viva.
No es propio de un seguidor de Jesucristo maltratar a las personas homosexuales, ya sea un acto a consciencia o sencillamente sea una tendencia. Esto es una falta grave a la Caridad, ya que maltratar a cualquiera persona en cualquiera condición es maltratar la dignidad que posee y, por lo tanto, es maltratar a Dios, quien nos hizo a Su Imagen y Semejanza. Por ello Jesucristo nos recuerda en tono de advertencia que cada vez que lo hicimos con el más pequeño de sus hermanos, con Él lo hicimos (cf. Mt. 25, 40). Es necesario que, en especial los cristianos, reaccionemos dejando las pasiones y la intolerancia y defendamos a estos hermanos amados de Jesucristo. Debemos defender su dignidad con Amor, con prudencia, con justicia, incluso si es defenderla de los demás, de ellos mismos y hasta de nosotros mismos. Sin embargo, hay una frase que me gustaría hacer notar de la carta sobre la atención pastoral, que resume toda la intención de la misma: “la justa reacción a las injusticias cometidas contra las personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la condición homosexual no sea desordenada” (no. 10).
Toda la enseñanza de Jesucristo es un balance, un equilibrio y, por lo tanto, es virtud. Como Iglesia debemos procurar que todos los hermanos se sientan acogidos en la Verdad, amados en la Verdad, guiados en la Verdad. Debemos formar nuestras mentes y nuestros corazones para poder acercarnos más al Señor Jesucristo acercándonos a nuestros hermanos más necesitados. No podemos permitir que las enseñanzas que Dios ha dejado en la Iglesia se vean maltratadas y hasta relativizadas por tendencias actuales de aprobación del individualismo y de antivalores. Y, sobre todo, debemos ser testimonios del Amor de Dios para que todos los seres humanos podamos cumplir la Voluntad del Padre del Cielo y así poder ser reconocidos como los hermanos de Jesucristo.