Buen y santo día para todos mis hermanos amados y resucitados en el Señor. Hemos sido bendecidos con la Resurrección de Jesucristo. Por ello, pidamos a Dios, que es la Bondad misma, que, por la intercesión de nuestra Madre María, auxilio de todos los cristianos, fortalezca nuestra fe y nuestra esperanza para que podamos esperar con gozo la promesa que nos tiene reservada a aquellos que ponemos en Él nuestra confianza.
Es curioso ver muchas personas “cansadas de ir la Iglesia” o aburridas de ir porque “se hace siempre lo mismo”. Es curioso también ver a muchas otras personas que les aconsejan a las primeras que tienen que “prestar más atención” o que tienen que “buscar grupos de oración o comunidades” para evitar ese desgano ante las cosas de Dios. Y mucho más curioso es ver que la mayoría de nuestros hermanos católicos piensan que las cosas de Dios hay que hacerlas aunque no tengas deseos, puesto que son cosas de Dios. Extrapolando esto a una situación más familiar, ¿cómo te sentirías si tu novio o mejor amigo o esposo te dice que no tiene deseos de estar con tu familia pero que, por ser tu familia, hay que estar allá? Siendo consciente y lleno de misericordia, ¿no preferirías que él sienta amor por tu familia y que sea ese amor lo que lo mueva a querer estar con ellos?

Es terrible ver cómo muchísimos de los católicos que tú y yo conocemos ignoran que cuando dicen “la Iglesia dijo esto o aquello” están diciendo “nosotros hemos dicho esto o aquello”. Todavía se filtran en nuestras mentes y en nuestro vocabulario un montón de razonamientos que, inconscientemente, nos separan de Dios. El mismo Espíritu que confirmó en la fe a los Apóstoles en Pentecostés para que éstos salieran a dar testimonio de Jesucristo, es el mismo Espíritu que nos hace un solo cuerpo en un solo bautismo. San Pablo nos recuerda, en tono de reprimenda, que somos templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en nosotros (cf. 1 Co. 3, 16). Ese templo, llamado Iglesia, debe ser construido con lo mejor de ti y de mí, fundados en Jesucristo. El que camine cerca de ti no debería recibir motivos de ti para preguntarse “¿eres una piedra o eres un pedazo de queso?”, porque es de suponerse que tu vida ha empezado a cambiar totalmente. Si, de todos modos, te lo pregunta, con tranquilidad de conciencia y amor debes estar listo para dar testimonio de tu esperanza (cf. 1 Pe. 3, 15b).
Toda esta semana vemos los textos del Evangelio según san Juan en los que Jesucristo nos da motivos para esperar en la promesa de Dios, pero Él mismo estuvo atento a dar testimonio de Su esperanza, porque, si te fijas, Jesucristo nos dice todas estas palabras justamente después que Judas Iscariote salió a entregarlo a las autoridades judías (cf. Jn. 13, 30ss). Jesucristo se gloriaba en el momento de las dificultades, como nos invita a sentirnos san Pedro (cf. 1 Pe. 3, 14), puesto que, hablando sobre la Verdad, aunque te hagan daño, los demás no tendrán más opción que callar. Lo mismo hizo nuestra Madre, la siempre Virgen María, que dio testimonio de la Verdad en medio de todas y cada una de sus dificultades. Pero ella vivió realmente la esperanza de la promesa y, por eso, ha sido asunta en cuerpo y alma y hoy es Auxilio de todos los cristianos.
La Iglesia está siendo herida constantemente por personas de fuera, pero eso sólo la fortalece al ver cumplidas las profecías de Jesucristo con respecto del odio del mundo hacia ella y hacia Él (cf. Jn. 15, 18-21); pero, igual, la Iglesia está siendo herida por muchos de los de dentro, muchas veces por ignorancia, por no-identificación, por creer que la Iglesia es sólo algo temporal, sin reconocer que, fundada por un Dios eterno, será ella misma eterna. El fuego, que vendrá a ser confirmado por el Espíritu Santo cuya celebración se aproxima, será quien dirá si las piedras resistirán en el edificio de Dios o si los quesos se fundirán y sufrirán las desdichas de hacerse llamar parte del mismo sin ser lo suficientemente buenos para estar ahí. Más que una amenaza, hermano, es una advertencia repetida desde hace dos mil años y que, por Amor, se te hace. No pierdas la oportunidad de ser restituido, por la Resurrección de Jesucristo, en el derecho a entrar a la Vida Eterna.