Buen y santo día para todos ustedes, hermanos que desean encontrarse con Dios. Que Dios Todopoderoso que ha reconciliado consigo al mundo por la Muerte y Resurrección de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo y la intercesión de todos los bienaventurados, nos conceda aceptar la fe que viene de Él como un verdadero regalo y podamos, así, un día disfrutar de la plenitud de la Verdad aquí en la tierra como lo haremos en el Cielo.
Hace tres días tuve la oportunidad de asistir a un grupo de oración de jóvenes en un sector pobre de uno de los municipios de la provincia de Santo Domingo. Y de allí lo que me llamaba la atención no era que el grupo de jóvenes se reunía en una capilla hecha de madera, con el piso de cemento y el techo de planchas de cinc, sino que, de camino hacia allá, había una serie de negocios (de apuestas, de venta de bebidas, etc.) que no estaban en la misma condición que la capilla. Es decir, el sector era pobre, pero no en extremo, y, sin embargo, la capilla sí parecía de extrema pobreza. Y no pude contenerme y tuve que comentar algo sobre ella al iniciar mi prédica. Les decía: “No tienen que avergonzarse de este lugar, sino, por el contrario, deberían regocijarse, porque ustedes están viviendo la fe del siglo primero, una fe perseguida y despreciada en un lugar donde los placeres del ser humano son los que ocupan el centro de la actividad diaria. Ustedes, siembren alegría y den frutos de santidad”.
A san Pascual Bailón un protestante, a manera desafiante, le preguntó dónde estaba Dios y él le respondió que Dios estaba en el Cielo. Luego se arrepintió de haber dicho esto, porque hubiera preferido decir que Dios está en la santa Eucaristía, aunque eso le costara la muerte por lapidación. Nosotros solemos dejar que estas oportunidades también nos pasen de largo, y vemos esas ocasiones como “ecumenismo”, como evitando problemas. Y lo mismo sucede de manera específica con nuestra Madre, la siempre Virgen María. No conocemos realmente quién es esta hermosa Señora, y, cuando nos preguntan cualquiera cosa o nos desafían sobre ella, decimos: “Debemos amarla porque ella es la madre de nuestro Señor”, como si eso fuera un argumento válido. ¿Cómo le explicas a un huérfano que debe aprender a amar a su madre, a quien nunca ha conocido? Además, no es por eso que la amamos, sino que es porque en ella vemos la gloria que nos espera.
Los dogmas sobre la Virgen Madre nuestra (i.e., Maternidad Divina, Virginidad Perpetua, Asunción al Cielo, Concepción Inmaculada) no son cuestiones de fe porque la Iglesia lo dice y punto, sino que la Iglesia lo dice porque así ha sido revelado a ella (que es la única que tiene potestad para atar y desatar, cf. Mt. 16, 19) y ella (la Iglesia) alcanza la plenitud en la Santísima Virgen María. Si a un hermano tuyo, por ejemplo, le va mal, ¿no te sientes triste? Y si a uno le va muy bien, ¿no te alegras con su alegría? María ha recibido la perfección en su vida puesto que Dios la eligió para que fuera la gran Madre del Salvador, pero esa elección de Dios, a su vez, dependía de la elección de María de ese Plan. Dios la predestinó para la santidad a ella (como a todos nosotros, cf. Rom. 8, 29-30), pero lo hizo de manera especial porque esa función no se repetiría nunca más. Todo esto lo que nos dice es que en María nosotros vemos el cumplimiento de la promesa que también hemos recibido nosotros. María es una señal en el camino que nos indica el lugar al que vamos. Cuando vamos hacia una ciudad y llegamos a la señalización que nos dice el nombre de esa ciudad, ¿hemos llegado a la ciudad? ¡Claro que no! María no es una meta, pero tampoco un obstáculo. Sin esa señalización hermosa que nos ha dado Dios en María, no sabríamos cómo es la manifestación de nuestra esperanza en Jesucristo.
Esta Señora también vivió esa fe del siglo primero, porque ella pudo haber sido una judía más que observara todo lo que ya en su corazón iba guardando, pero fue, justamente, el guardar las cosas de Dios en su corazón, meditarlas, rumiarlas, hacer lectura divina con ellas, que le hizo una mujer única y especialísima, dispuesta a cumplir el plan perfecto de Dios cuando Éste se lo pidiera. Jesucristo te dice que sólo por Él puedes hacer cosas grandes, porque sólo a través de Él es que hay salvación (cf. Jn. 10, 1-10), y Él te pide que tengas fe para que esto suceda… y aun así no crees como debes. Sin embargo, a María le fue pedido que su fe le permitiera concebir al hijo de Dios, y tuvo fe como para permitirlo. Por esto es que dice san Agustín que María primero concibió al Señor en su corazón para luego concebirlo en su vientre. Porque la fe permite que Dios obre de maneras grandiosas en tu vida.
¿Cuál es tu fe? ¿Está la Pascua que celebramos haciendo grandezas en ti? ¿María es un punto de referencia para tu vida que siempre señala a Jesucristo? ¿Estás poniendo de tu parte para que Dios haga maravillas en el mundo? Ahora en el mes de mayo, mes de las madres y de la Madre por antonomasia, es preferible que las flores que lleves a ellas sean flores que nazcan en tu corazón primero, que tus oraciones sean semillas de margaritas, lirios, rosas, y que sean llevadas con verdadera devoción a Aquella que, por amor a ti, prefirió ser, como aquella capilla, olvidada e ignorada, para que naciera en Ella para testimonio eterno el Salvador del mundo. María es la señal que Dios nos da como prueba de que la Salvación es una realidad y la Gloria Suya está en que Sus hijos se salven por Amor.