Buen día, hermanos en Jesucristo, el Resucitado, que nos ama por encima de su propia Vida. Que el mismo Señor Resucitado siga mostrándonos Su Amor y Su Misericordia para que, por la intercesión de san Timoteo y santa Maura, creamos firmemente en la realidad de las cosas divinas y podamos anhelarlas y comprenderlas desde ya, así disfrutaremos en la tierra lo que nos espera en el cielo.
En estos días ha sido muy claro el hablar de la santa Madre Iglesia: Jesucristo ha resucitado. Y no es misterio para nadie que esto ha sido así —aunque hay algunos que dudan no sólo de la resurrección Suya sino incluso de su propia existencia en esta tierra—. La Resurrección es la razón por la que nuestra fe tiene verdaderamente sentido; por ello dice san Pablo que si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y la fe (cf. 1 Cor. 15, 14). Pero, si se fijan en el versículo anterior, se darán cuenta de que Pablo no se dirige a los corintios para hablarles de la Resurrección de Jesucristo, sino para hablarles de la resurrección que todos tenemos por la de Jesucristo. Es más, desde el versículo 12 al 28, nos damos cuenta de que lo importante de por sí no es sólo la Resurrección del Señor, sino que esa Resurrección nos ha hecho capaces de resucitar también nosotros. Pero hay hermanos entre nosotros que aún no comprenden estas cosas y todavía ven la muerte como una tristeza, como una condena, cuando —citando también a san pablo en Fil. 1, 21— “para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia”.
¿Pero a qué muerte se refiere san Pablo? A todo tipo de muerte: el morir biológico, el morir a la autoridad, el morir en obediencia, el morir a los placeres… en fin, en morir por Amor, para que otros vivan por Jesucristo. Pudiera parecerte bonito este discurso, pero sé que aún hay cosas que no comprendes de ello. Por ejemplo, si morir es eso, ¿por qué no puedes morir a tu autosuficiencia? Me refiero a que es más “fácil” para ti hacer las cosas tú mismo o tú misma (aunque eso implique más trabajo sobre ti) en lugar de dejar que los otros las hagan. “Es que ellos no saben hacerlas” me dirás con razón. Y yo te responderé “entonces, parece que te importa más hacer las cosas que hacer que tus hermanos aprendan a hacer las cosas”. ¿Qué es más importante: las cosas del Señor, o el Señor, dueño de todas las cosas? ¿Qué es más importante: la Resurrección del Señor aislada, o las consecuencias para toda la humanidad de esa Resurrección? ¿Qué es más importante: que las cosas queden bien hechas, o que todos aprendamos a hacer bien las cosas?
A nosotros, santo Tomás, el mellizo, el Apóstol, nos parece tan incrédulo y tan merecedor de esa reprimenda del Señor (cf. Jn. 20, 24-29) que muchas veces ni nos identificamos con él. El evangelista san Juan no hubiera escrito ese pasaje de no haber sido para darnos una lección de vida… y lo pasamos por alto “porque él es más incrédulo que yo, que creo sin haber visto nunca”. ¿Crees que crees? ¿Por qué te afanas tanto en hacer que las cosas queden bien aún si eso implica pisotear a alguien de camino? Me parece que el Señor nos dijo que el que quiera ser el primero, debía hacerse el último y servidor de todos (cf. Mc. 10, 43b-44). ¿Por qué te resulta más fácil reconocer lo malo que está haciendo el hermano en lugar de lo bueno que hace por Amor? Creo que el Señor pudo haber dicho que, en lugar de ver la paja en el ojo ajeno, deberías ocuparte en sacar la viga del tuyo (cf. Mt. 7, 1-5). ¿Por qué, mientras lees esto, no piensas en ti mismo o en ti misma y vas pensando en los hermanos que te “dificultan” tu trabajo?
Muy fácilmente pasas como un Tomás incrédulo, sin embargo, prefieres no creer eso. Crees sólo lo que te parece que debes creer y no buscas constantemente las razones más profundas por las que Dios está hablándote día a día. No es casualidad que vivamos este tiempo de Pascua con unas lecturas “repetidas”; no es lo que dicen las lecturas lo que importa, sino lo que te dice Dios a través de ellas. En lugar de creer que crees, es preferible reconocer que no conoces nada de las grandezas que Dios tiene para ti y así no andas acumulando tesoros aquí en la tierra, como si tu salvación viniera sólo por las cosas que haces. Si tu hermano y tu hermana ocupan el primero lugar en tu vida junto a Dios, pues nada de lo que te he dicho te servirá. Pero, alerta, si en realidad te das cuenta de que ellos están en lugares distintos de los de Dios, pues abre tus ojos resucitados.
El término que utilizan las Escrituras para referirse a que Jesucristo se manifestó a los discípulos luego de su Resurrección (como María Magdalena, o los de Emaús, o con la pesca milagrosa) es el griego ophté, que hace referencia a la visión. O sea, no es que ellos no lo veían, sino que Él no se dejaba ver. Él se dejó ver en momentos en los que ellos estaban preparados para creer en Él, pero antes de eso se mostraba como un forastero, como un desconocido. ¿Para qué? Para que ellos, en aquel momento, y tú, en el día de hoy, puedas poner en práctica aquello de amar a tus hermanos por el Amor que el Resucitado ha dejado en ti.