Dios se hace presente cuando Sus hijos lo muestran a todo el mundo. Pidamos, pues, a Dios que nos enseñe a ser cada día más transmisores de Su Amor y de Su Presencia en este mundo, para que todos vean que no está lejos sino bien cerca de la vida de todos los que le buscan con sincero corazón.
Recientemente he tenido la oportunidad de acercarme a una serie de personas conocidas que me han felicitado por la Resurrección del Señor. Esas mismas personas, en otro ambiente que no hace referencia a la fe cristiana, no felicitaban a nadie. Al preguntar me han respondido que no lo hacían porque no es correcto (o “políticamente correcto”) incluir tu fe en lugares que son neutros con respecto de confesiones y preferencias sexuales y políticas. Lamentablemente, tienen razón esas personas al decir eso, puesto que son lugares de diálogo que, por común acuerdo, buscan el interés colectivo desde un punto medio. Pero me pregunto: ¿Es correcto que haya esos espacios “neutros” que limiten las expresiones humanas?
Asumir que la Resurrección del Señor y, por tanto, toda nuestra fe son parte de un abanico de opciones que nos da el mundo con respecto de lo trascendente es asumir que el ser humano puede salvarse por cualquier vía, no por Jesucristo, y que Jesucristo es una manera más de comprender aquello que entendemos como divinidad. Lo sorprendente de esto es que hay muchísimas más personas de las que pensamos que creen esto así, incluso al interior de nuestra Iglesia. Hay muchos “católicos” que van un día a la misa y, si no “pueden” ir el próximo por haberse levantado tarde, no se preocupan y afirman: “Dios me entiende; como quiera me perdona”. Dios entiende, sí, pero entiende que no le has dado el primer lugar a Él y, por lo tanto, no puede hacer mucho para salvarte por medio de nuestro Señor, porque estás limitando Su Poder en ti.
Tu vida entera debe girar en torno a Jesucristo, quien decidió quedarse en cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Eucaristía. Si alguna actividad familiar o laboral interrumpe tu comunión con Él, hay miles de maneras de resolver eso: yendo el sábado en la noche a la Eucaristía, buscando una misa de camino al lugar donde vas, localizar una parroquia allá donde estarás, etc. A Dios no le interesa complicar la vida a nadie, y la Iglesia, instituida por Jesucristo, mucho menos. Lo único que deseamos los católicos (o lo que deberíamos desear todos) es que la mayor cantidad de personas posible conozcan de este hecho histórico, real y trascendente de la Resurrección que destruye nuestras inmundicias y nos muestra inmaculados ante Dios.
Hay personas que se quejan de que tienen derecho a que no se les hable de religión. Y, por ellos, tú mismo muchas veces te limitas a no hablar de Jesucristo. Esas personas son víctimas de la mentalidad actual del mundo, en la que las cosas que vienen de Dios son dependiendo de lo que ellas quieren que sea: un aborto es un derecho, tener hijos es un derecho, no hablar de fe es un deber, la Iglesia es una opción… Son como las cinco vírgenes necias (cf. Mt. 25, 1-13), que no tienen aceite suficiente en sus lámparas para iluminarse cuando venga el Novio. Viven en oscuridad y luego quieren que las que están con la Luz se unan a ellas para que todas se queden en oscuridad. Si das tu brazo a torcer ante esas actitudes, ¿de qué habrá servido la Resurrección del Señor? No es que andes vociferando como un loco las cosas, pero tu vida es un testimonio de resurrección y cuando no dejas ver que Jesucristo vive en ti, no dejas que Jesucristo viva en los demás.
Desde siempre se ha dado esa situación. Por ejemplo, cuando Pedro y Juan curaban y daban testimonio del Señor, había gente “políticamente correcta” (los del Sanedrín, que preferían que hubiera mentalidades sumisas y que dieran su brazo a torcer) que quería callarlos. Pero Pedro y Juan le dicen al Sanedrín y nos dicen claramente a nosotros: “Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch. 4, 19-20). ¿Fue necesario que nuestro Señor resucitara para que tú te quedes callada ante las injusticias que ves en tu comunidad sencillamente porque la persona que está equivocada tiene más autoridad que tú? ¿Resucitó el Señor para que seas un borrego más del redil de los que piensan sólo en ellos mismos, que se roban tu dinero, que no buscan el beneficio de los más necesitados? ¿Para qué resucitaría el Señor si, sencillamente, te quedas callado y te haces el de la vista corta cuando puedes resolver problemas a muchas personas: denunciando lo malo, anunciando lo bueno?
Tus ojos han resucitado con el Señor; tus oídos han resucitado también; tus labios resucitaron cuando Él lo hizo, ¿por qué los cierras? “No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o ponerla debajo de una cama” (Lc. 8, 16) y, si sigues así, a ti se te pedirá cuenta severamente de esa ceguera-sordera-mutismo. Olvídate de lo que este mundo te propone como “correcto” y hazle caso al mandato de nuestro Señor Resucitado: vete al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación (cf. Mc. 16, 15).