¡Feliz Pascua de Resurrección! Hermano, verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya. Nuestra Esperanza, nuestra Pascua, nuestro Amor fue inmolado para que, haciéndose parte de nuestras consecuencias en el pecado, ellas adquirieran una razón de ser. Pidamos a Dios, que ha resucitado a nuestro Señor con el Poder de Su Amor, que derrame en nosotros la alegría de haber resucitado junto con Su Hijo, y que, por la intercesión de todos los santos y santas, podamos mostrar al mundo que Jesucristo vive.
La gran noticia se ha difundido desde el sepulcro. La Buena Nueva no se reduce sólo a lo que dijo Jesucristo, sino a lo que manifestó Él. Los apóstoles creyeron, los discípulos entendieron, las mujeres se asombraron, los hombres confiaron, los incrédulos se volvieron a Dios y los creyentes recibieron la Verdad en sus vidas. Dos mil años más tarde, la noticia sigue siendo todos los días más nueva, más comprensible. Aunque muchos piensen que hoy es más difícil creer en Jesucristo, la realidad es que es mucho más fácil, porque el ser humano se aleja de Dios con más facilidad y, pues, la noticia de la Salvación se hace más atractiva para los que viven muertos en sus vicios. Pero, tengo una pregunta: ¿Se aplica a ti esta alegría?
Te hago esta pregunta, porque año tras año vives los mismos Misterios, y año tras año reaccionas ante la noticia de la Resurrección con la misma alegría, con los mismos sentimientos. Me preguntarás: “¿Pero, por qué eso es malo?”, y yo te diré: “Porque nunca trascenderá en ti ni en los demás la noticia del Resucitado”. ¿Te sorprendes? Vivir la Resurrección de Jesucristo con una misma alegría año tras año, quiere decir que es sólo emoción y no cambio de vida. Y, si Jesucristo no resucitó para cambiar tu vida, ha resucitado en vano. ¿Acaso no te has fijado que, de parte tuya,  pocas personas se acercan a vivir ese momento supremo de Salvación? ¿A cuántos invitas a la Eucaristía? ¿A cuántos logras inspirar el deseo de conocer lo que dices conocer? ¿Cuántos se han convertido gracias a ti? Es cierto que nuestra fe no es de proselitismo, pero tampoco quiere decir que no vivas lo que celebras. Si no vives para los demás el misterio de la Resurrección, lo que vives es un egoísmo… y ese no es Jesucristo.
Hoy se alegran los cielos y la tierra, porque nuestro Salvador ha llevado a cabo una misión suicida: se entregó a morir sin ser culpable para que ya no hubiera culpa alguna del distanciamiento de Dios. ¿Y qué sucedió luego? Te diré que no resucitó en silencio, ni dejó se mostrársele a las mujeres y a los apóstoles, ni se quedó la tumba cerrada, ni dejaron de manifestarse ángeles, ni dejó de hablar. Pudo la piedra del sepulcro quedarse inmóvil y sellada y Él atravesar la roca, como lo hizo al entrar en la habitación de los discípulos (cf. Jn. 20, 19.26), como también pudo haber mostrado Su poder incluso a los que no creían en Él. ¿Qué hizo, sin embargo? Mostró signos de Su Resurrección a los que en Él creyeron, para que ellos fueran testimonio para los demás… para que sus vidas murieran y resucitaran con Él, Esperanza del Universo.

¿Qué alegría, entonces, es la que vives que no convences a nadie, y un año más tarde te das cuenta de que tampoco te convenciste tú mismo? Cuando las mujeres vieron que el sepulcro estaba vacío y salieron con alegría a anunciarlo a los discípulos, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alégrense” (cf. Mt. 28, 8-9). ¿Pero no dice el texto que ellas estaban llenas de alegría? ¿Por qué les dice Jesús que se alegren? Porque ya les había dicho cuál era esa alegría, ese gozo: “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den frutos abundantes, y así sean mis discípulos” (Jn. 15,8), porque permaneciendo en el Amor de Jesucristo, permanecemos en el del Padre, y así nuestra alegría llega a su plenitud (cf. Jn. 15, 9-11). Él, pues, te dice hoy “alégrate”, pero para que te enamores del Él, para que tu vida sea haga cada día más una con la Suya. Hoy debes estar más enamorado que ayer, y mañana más que hoy. Así, dentro de un año, dentro de cincuenta días, dentro de una semana, darás frutos abundantes y podrás, con tus obras, dar testimonio de tu fe (cf. St. 2, 18b). ¡Alégrate, pues, que ha resucitado el Señor!