Buen día, hermanos y hermanas en Jesucristo, Señor nuestro. Pidamos a Dios, que es Misericordioso y Bondadoso, que nos enseñe a intensificar nuestro camino de purificación espiritual para que, asiduos en la oración y en la caridad, podamos obtener la vida nueva y eterna en Jesucristo, Amado de toda la Creación.
Se hace necesario que reflexionemos sobre estos días intensos que se acercan en nuestra fe. Es un momento muy importante para el creyente, puesto que se convierte en una especie de resumen de lo que creemos y es, a la vez, la manifestación más explícita de todo lo que le da sentido a nuestra vida eclesial: Jesucristo. Pero no quiero que abundemos, como harán tantas personas, en aquello de examen de conciencia, arrepentimiento, dolor, oración, ayuno y limosna. La Iglesia siempre ha sido clara con eso y siempre hablará claro. Lo que quiero es que escuchemos mejor a la santa Madre Iglesia, no porque ella no grite lo suficientemente fuerte, sino porque nos hemos condicionado a escuchar sólo lo que queremos.
La Cuaresma, como bien sabemos, es un tiempo de reflexión y de conversión. Pero lo que pocos reconocemos es que es una oportunidad nueva de conocer a Jesucristo. Bien lo expresa el santo padre Benedicto XVI en su mensaje para esta Cuaresma al decir que es un catecumenado para experimentar el Bautismo en la Pascua. Si realmente comprendiéramos que se nos está dando la grandiosa oportunidad de prepararnos para morir y resucitar (que es lo que hace el Bautismo en nosotros), estaríamos todos los días leyendo y meditando la Palabra de Dios y anhelaríamos disfrutar cada segundo. Son sólo cuarenta días de ensayo, cuarenta días para que la grandiosa manifestación de Dios se realice plenamente.
¿Qué nos dice san Pablo? “A aquel que no conoció pecado, Dios lo identificó con el pecado a favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él” (2 Cor. 5, 21). Esto quiere decir que nosotros somos justificados, es decir, hechos justos ante Dios porque al mismo Dios (que es Amor) le ha parecido bien. Entonces, es necesario que Él, en la persona de Jesucristo, pase por un Bautismo; es necesario que pase por una muerte para resucitar. Entonces, ¿qué nos hace a nosotros más justos o buenos como para no pasar por eso? Entonces, es en realidad una oportunidad de Amor que el Señor nos regala para asemejarnos a Aquel que nos justificó. Adquiere ahora un sentido más amplio aquello de ser “alter Christi”.
No es, pues, la Cuaresma un tiempo de ayuno con dolor, de limosna con angustia, de oración a la fuerza, sino que es un tiempo de gozo, de alegría, de esperanza para el que va a asemejarse a su Señor. No es un “arrepiéntete, pecador, para que el Señor pueda entrar en tu vida”, sino un “El Señor está entrando en tu vida, arrepiéntete”. Es que el arrepentimiento no es ni nunca será una causa para que el Señor haga Su Voluntad, porque esto limitará la Gracia; el arrepentimiento es la consecuencia del Amor que ya se está experimentando y que lleva al alma en busca de Dios a un querer morir por amor al Amor. No debe ser, entonces, un tiempo de forzarte a dar las sobras, sino de dar justamente aquello que tanto deseas. ¿No has experimentado dar lo que más te gusta a la persona que más amas? Lo que recibes a cambio es crecimiento en personal, crecimiento en la persona amada y, por tanto, crecimiento en la relación. Imagina lo que sucede cuando lo haces con Jesucristo.
¿Cómo has de vivir la Cuaresma, entonces? ¿Quieres vivirla como un funeral con la esperanza de una resurrección, o como un embarazo que espera que una vida nueva nazca? Ambos llevan a una vida, ya sea aquí o en el futuro, pero la manera en que la vives traerá consecuencias para el mundo. Una Cuaresma vivida como una escalera de santidad hace que las personas deseen estar contigo para que les hables de aquel “misterio” que llevas que te hace sentir feliz a pesar de lo que suceda. Ese misterio es el de una Cuaresma que te lleva de una batalla victoriosa sobre tus debilidades (I Domingo) a reconocer que pronto serás divinizado con Jesucristo (II Domingo) porque a Dios le ha parecido bien darnos esa fuente de Vida (III Domingo)  y esa Luz para mirarnos por dentro y mirar a nuestros hermanos (IV Domingo) que, indefectiblemente, te lleva a reconocer la fe en Aquel que resucita a los muertos (V Domingo). Es decir, Cuaresma debe empezar a ser sinónimo de alegría, de esperanza, de amor. Es un resumen de tu fe, que se completa al profundizar aún más en los misterios pascuales.
Una vida nueva en Jesucristo no nace de retiros ni de charlas ni de prédicas ni de conferencias ni de talleres, sino de una relación con un hombre, pero con un hombre-Dios. El único hombre-Dios es Jesucristo, y se ha hecho este Dios especial en toda la historia de la humanidad porque más que habernos entendido nos ha amado desde y para toda la Eternidad. En su eternidad se ha reducido a nuestra condición espacio-temporal y, sobretodo, pecadora para hacernos conocer lo divinos que somos, puesto que fuimos hecho a Imagen Suya y a Semejanza Suya. Con razón es que el Padre ve en lo escondido cuando nosotros oramos, ayunamos o damos limosna (cf. Mt. 6, 1-6.16-18): ¡Es que Él se está viendo a Sí mismo en nosotros! ¡Qué hermoso misterio nos guarda la Cuaresma!