Pidamos a Dios, por la intercesión de san Evaristo, como lo hace toda la Iglesia esta semana, que aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad y que haga que amemos lo que Él nos manda, para así alcanzar lo que nos promete. Que nuestro día sea lleno de esta Fe, de esta Esperanza, de esta Caridad, hermanos.
He tenido la bendición de impartir unas conferencias de Bioética católica, y he descubierto cómo nuestra Iglesia tiene los argumentos más sólidos en el mundo entero sobre la defensa de la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Me di cuenta que el concepto de “sagrado” es fundamental para entender toda la línea de pensamiento sobre la vida misma en la Iglesia; pero así mismo pensé que no todos mis hermanos creyentes entienden estas cosas. De hecho, quizá muy pocos entiendan el concepto de “bioética”. Pero hoy no voy darles una charla de eso, por más deseos que tenga. Hoy sólo quiero que reflexionemos sobre la sacralidad de la vida, porque para algo es que estamos pidiendo a Dios que nos aumente las virtudes teologales.
Siempre se ha acusado que la Iglesia ha sido la causante de muchos atrasos en el mundo. Y se ve a la Iglesia como un enemigo del progreso o del desarrollo de los pueblos, cuando sucede justamente lo contrario. La mayoría de los colegios, universidades y estudiosos del mundo son católicos y han llegado a ser lo que son gracias a la labor de la Iglesia. Es más, la intención general del Papa por la que hemos venido orando todo este mes reza así: “Para que las Universidades Católicas sean cada vez más lugares donde, gracias a la luz del Evangelio, sea posible experimentar la armónica unidad que hay entre fe y razón”. Con esto podemos ver que sólo en los centros de enseñanza católicos se plantean las dos aproximaciones posibles a la verdad: la fe y la razón. Y son esta fe y esta razón (ciencia) que hacen que entendamos la vida humana como sagrada.
La vida humana es un don de Dios, por lo tanto es creación Suya (Evangelium vitae —EV—, 22), y, por ser Dios el dueño y Señor de la misma, ella no está disponible para que el ser humano decida lo que quiera sobre ella (EV 39). Como es creación de Dios y está indisponible para decisiones humanas, tiene carácter de inviolabilidad ante su portador y ante los demás (EV 40). Es decir, la vida humana es sagrada porque viene de Alguien sagrado que la hizo por Amor a Su Imagen y a Su Semejanza. Solamente hay que ver cómo la intención primera de todo ser humano no-viciado ante su semejante en peligro es la preservación de ella. Esto es lo que llamamos ley natural, es decir, por naturaleza el ser humano busca proteger la vida, porque Dios ha inscrito esa ley en nuestros corazones. Pero, ¿qué sucede? Sucede que el relativismo moral, las mentalidades capitalistas, el afán de consumo y de poseer han hecho de ser humano un objeto y no un sujeto. Esto puede verse claramente cuando hablamos de métodos de reproducción.
Una cosa es reproducir (cuando el ser humano es creador de algo) y otra cosa es procrear (cuando el ser humano es instrumento para la creación de algo). Los que entendemos que la vida es sagrada, entendemos perfectamente que, en el matrimonio y sólo en él, nos unimos a Dios y nos hacemos parte del misterio creador Suyo. Y, como Dios es quien crea a través de nosotros, nuestros hijos no son nunca objetos nuestros que están por debajo de nosotros en dignidad, o que puedan ser forzados a hacer cosas inhumanas. Ya el término lo dice: “inhumano”. Pero suele suceder que estas cosas se nos olvidan y somos capaces de inclinarnos por el lado de sólo la razón para determinar cuándo empieza la vida en un embarazo, o cuándo deja de haber vida en una enfermedad grave. Con esto pienso en el caso publicado ayer de una mujer china que tenía 8 meses de embarazo y la obligaron a abortar a palos y con inyecciones abortivas por la política poblacional que tienen en su país de un solo hijo. Nosotros hacemos cosas similares, lo único que no es por política poblacional, sino porque creemos que es un derecho que tenemos. Igual de malo es que nos dejamos llevar por nuestros impulsos y necesidades autocreadas y juzgamos a las personas (por ser ignorantes, por tener menos propiedades, por su manera de expresarse) como inferiores. Y muchas veces lo hacemos de manera inconsciente e ignorante, ¿y todo ello por qué? Porque, aunque no queramos aceptarlo, nos hemos dejado influenciar por la cultura del relativismo, la cultura de la muerte, que entre a nuestros hogares a través de la televisión o la radio o la prensa.
Nosotros estamos en el mundo, pero no somos del mundo (cf. Jn. 17, 16), y no necesitamos ser sacados del mundo. Todo lo contrario, acá, en esta cultura de la muerte es que podemos ser luz en medio de las tinieblas, porque antes éramos tinieblas (cf. Ef. 5, 8), antes, cuando no entendíamos que la Fe nos permite entender el significado de la vida humana. Antes éramos tinieblas, cuando no sabíamos que tenemos una Esperanza ante la cultura negativa y de antivalores del mundo moderno. Y ahora somos luz en el Señor, cuando entendemos que, por Caridad hemos sido creados para ser ejemplo de vida y para preservarla.