Muy buen día, hermanos amados. Que Dios nos conceda tener amor hacia Su Madre, para que por la intercesión gloria suya, podamos obtener grandes favores y misericordias que Ella nos tiene guardados para aquellos que sabemos amarle adecuadamente.
Hoy celebramos la memoria obligatoria de Nuestra Señora del Pilar. Memoria obligatoria quiere decir que, dentro de la liturgia de hoy (entiéndase en los salmos e himnos, en las oraciones, en la Eucaristía y en los demás sacramentos), todo debe hacer referencia a ese recuerdo o memoria de Nuestra Señora del Pilar. La obligación en estos casos no es una imposición de la Iglesia para tener un control absoluto, como muchísima gente, incluyendo a muchos no-tan-fieles laicos, piensan a diario. La obligación consiste en la conveniencia espiritual y moral que tenemos al celebrar esta festividad, la cual ha sido decidida a través de discernimiento y oración por la santa madre Iglesia Católica, a quien Jesucristo le dio las llaves del Reino de los Cielos (cf. Mt. 16, 19). Y es obligatoria la memoria de hoy porque nuestra Señora del Pilar, a quien tan pocos hispanoamericanos aman, es la primera advocación de nuestra Señora María.
María aún estaba viviendo en Palestina cuando se apareció al apóstol Santiago cuando éste evangelizaba a Hispania (España). Él escuchó un coro celestial que entonaba “Ave María, gratia plena”, y María, desde un pilar de mármol alto (que aún se preserva como fundamento del templo) le pidió que se construyera una capilla en honor a Ella, que todos los que la amasen devotamente iban a ser bendecidos por favores suyos y que ella permanecería en este lugar hasta el fin de los tiempos “para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”. Todo esto persiste en la actual Zaragoza, y es un honor grande para ese pueblo tener la primera y única advocación mariana mientras ella estaba en vida. Sin embargo, verlo como un beneficio “de ellos” es una actitud que tiene muy poco de católica (universal).
Nuestra Señora es la única redimida que se manifiesta a los pueblos dependiendo de sus culturas y sus razas, y que les promete favores. María es la primera de toda la Iglesia, y tiene la gracia de poder manifestarse en todos los tiempos, en todos los lugares. Ella habla el idioma de cada ser humano que la ve, porque ella vive aún el Pentecostés, es decir, el derramamiento del Espíritu Santo, porque ella está llena de gracia, o, mejor, ella es la llena de gracia. Esto último es algo de lo que debemos hacernos conscientes cuando rezamos el Avemaría. Porque cuando decimos “el Señor es contigo” no estamos hablando un castellano rebuscado o antiguo, sino que hacemos una referencia metafísica a la eternidad que María compartía/comparte con Dios, porque ella fue preservada desde toda la eternidad.
Pero ese error por ignorancia no lo cometemos solamente con el Avemaría, sino que lo hacemos con todo lo que hace referencia a Ella nuestra Madre. Por ejemplo, rezamos la Salve como si alguien estuviera persiguiéndonos y hay prisa en escapar; rezamos el rosario (que es una oración de meditación) sin meditar nada, como si fuera una competencia entre rezadores; entonamos himnos y desconocemos su significado, como “Bendita sea tu pureza” o “Reina de los Cielos” o “Madre del Redentor”, y peor que eso es que los recitamos cambiándoles frases, sin saber que incurrimos en errores teológicos graves. Hacer esto es como si le cambiásemos el nombre mismo de María por Marissa o por Maritza o por Marina, sencillamente porque no nos interesamos en cuál es realmente su nombre y por qué.
A través de la liturgia “se ejerce la obra de nuestra redención“, nos dicen los padres conciliares (cf. SC, 2). Entonces, imagínense que la obra de nuestra redención dependa de lo que a cada uno pueda parecerle. Es decir, imaginen que todo el grandioso plan de Salvación dependa de que un grupo diga “ahora es que nos ponemos de pie en misa”, cuando ni siquiera se ha puesto a leer y estudiar la razón de ser de las posturas y los momentos. Hay todo un orden que compartimos con el orden universal al celebrar estos misterios de nuestra fe, y ese orden se denomina liturgia. Litúrgicamente, por ejemplo, no deberíamos ignorar que hoy es memoria obligatoria de Nuestra Señora del Pilar, pero nos vale más la próxima fiesta de santa Teresa de Jesús, quien era una enamorada de la Virgen. Y no está mal tener devociones a santos y a ángeles, pero no nos olvidemos de los grandes favores que recibimos de Dios por nuestra madre María.
Amar a María es amar la Liturgia, porque ella misma se hace liturgia por nosotros, si entendemos que liturgia es el anuncio del Evangelio y la caridad en acto, y ¡qué anuncio y caridad mayores que el aparecerse para ayudar a los seres humanos en sus tiempos y culturas! En lugar de estar aprendiéndonos de memoria las letanías del santo rosario, por ejemplo, ¿por qué no buscamos primero su historia y sus significados teológicos? A que muchos ni siquiera saben qué es eso de “torre de marfil” o “trono de sabiduría” o “espejo de justicia”. Aprende lo que quieras de memoria, pero entra en el misterio, entra en lo profundo de Dios. Jesucristo nos reveló muchas cosas y de esas muchas cosas es custodia la Iglesia, y, para mayor beneficio, nos dejó además un Espíritu que nos explica las cosas a través de hombres y mujeres inspirados. Ignorar esto por cuestión de comodidad es ignorar el Amor de Dios que nos ha tenido en Su querido Hijo, quien, a su vez, nos dejó al Abogado nuestro, quien, también, hizo de María la Madre de Dios y la Madre nuestra; esto pudiera ser considerado pecado, pero hoy no los acusaré, sino que les imploraré que tengan misericordia de sus vidas y las de los suyos.
Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta (Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios. No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos siempre de todo peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita). Amén.