Buen día, hermanos y hermanas. Que Dios Todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunda en nuestros corazones el Amor de Su Nombre, para que, por la intercesión de san Ramón Nonato, haga más religiosa nuestra vida, y aumente el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserve. (LH IV, Domingo XXII del TO).
Muchísima gente que conocemos suele confundir los términos “religión” con “iglesia”. Por esta ignorancia es que, cuando decimos que somos personas religiosas, casi nadie entiende lo que de verdad significamos. Es más, seamos más realistas: entre nosotros mismos evitamos utilizar el término “religión” para evitar discusiones. Hay quienes dicen —y esto lo he escuchado sobretodo de hermanos cristianos no-católicos— que creen en Jesucristo, pero que no son religiosos, como si ser religiosos fuera una especie de pecado o de actitud de alguien de mentalidad corta. ¡Y es todo lo contrario! De “religión” no se conoce una única etimología, pero podemos mencionar las tres más conocidas: procede del latín “re-legere”, que quiere decir “volver a leer” y hace referencia a aquellos que releen las normas de Dios para aplicarlas más fielmente; también, del latín “re-ligare”, que quiere decir “volver a ligar” refiriéndose a volver a unirse con Dios luego de la separación humana; y del latín “re-lego”, refiriéndose a alguien que no se comporta a la ligera, sino con cuidado ante las cosas de Dios.
Cualquiera que sea nuestro concepto de religión, debe ser eliminado y revisado para aceptar uno de los reales. ¿De qué nos sirve seguir buscando a Jesucristo y creer que la religión es algo que nos estorba, cuando es justamente por la religión (en nuestro caso, el Cristianismo) que podemos volvernos más Cristocéntricos y, por ende, más antropocéntricos en nuestra búsqueda? Es que, a diferencia del resto de las religiones del mundo, en el Cristianismo, el ser humano no tiene que hacer nada para agradar a Dios, no tiene que salir a buscarlo, porque es Dios quien sale al encuentro de nosotros. En esta religión, quien nos religa al Creador es el Creador mismo, quien elabora todo un gran plan, para que todo lo que hagamos funcione en nuestro beneficio. Pónganse a pensar en que algún amigo de ustedes haga eso siempre por alguien; ese alguien estará eternamente agradecido de que su amigo esté siempre presente para que todo obre para bien. Ahora imagínense eso mismo, pero de manera eterna… ¡Con razón es que Dios es Amor, porque sólo el Amor puede hacer perfectas todas las cosas imperfectas! O sea que, básicamente, ser religiosos es aceptar el plan perfecto de Dios en tu vida.
Ya entendemos que somos religiosos —o que deberíamos empezar a aceptar que lo somos—, pero, ¿y el concepto de “iglesia”? Esta palabra, como muchos saben, procede del griego “ekklesía” (ἐκκλησία), que significa “reunión” o “asamblea de fieles”. La mayoría de quienes dicen esta última frase se quedan en lo superficial de la misma, porque ni siquiera piensan que “reunión” y “asamblea de fieles” son dos conceptos distintos. Sólo porque alguien se reúna con otros no quiere decir que ya está en asamblea, “ensamblado” con sus hermanos, en un mismo espíritu. Uno de los conceptos es “reunir”, y por ello es que el concepto de “Iglesia” muchas veces queda expresado en que “todos somos Iglesia”, hasta los que no creen pero que necesitan ser llevados a la verdad por medio de nuestro testimonio de vida. Pero Jesucristo le da un significado más allá al referirse a la Iglesia como el lugar donde todos serán reunidos en un mismo Espíritu para conocer a Dios revelado en Su Persona, es decir, “asamblea de fieles”. El concepto “Iglesia”, que lo utiliza la Iglesia Católica, y solemos ponerlo con “i” mayúscula, hace referencia a los dos conceptos al mismo tiempo. Todo esto hace que lo que Jesucristo le dijo a Simón Pedro (“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”, Mt. 16, 18) adquiera un significado complejo y profundo, porque no es algo pasajero, sino eterno, al ser fundado por Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero. Siendo, pues, una asamblea o reunión de creyentes eterna, ¡Con razón, también, es que las puertas del infierno no podrán prevalecer contra ella!
Entonces, a diferencia de muchas denominaciones cristianas, la Iglesia Católica es una institución humana y, a la vez, divina. Y, por más que los de fuera y los de dentro se esfuercen en destruirla o hacerla desaparecer, no podrán hacerlo. Por más que nosotros tengamos conceptos errados sobre lo que deberíamos creer y, a pesar de eso, actuamos como si fuéramos los jefes de toda una comarca (grupo de oración, comunidad, ministerio), no le haremos daño a la parte eterna. Ahora bien, mientras más incurramos en errores por ignorancia —los cuales Dios perdona—, aún así tenemos que pagar las consecuencias de esos actos. ¿Cómo resolvemos eso? ¡Con humildad! ¿De qué es que nos ha hablado el Señor, en la Iglesia, este Domingo? A los que no lo recuerdan, les cito una breve parte de la primera lectura: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes” (Eclo. 3, 17-18.20). Profundiza, con humildad, en las cosas de Dios, en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y podrás lograr, como dice la oración del principio (tomada de la Liturgia de las Horas y que fue también la oración colecta del Domingo) que Dios aumente el bien en ti y así Él con solicitud amorosa lo conservará.