Buen día, hermanos. Que Dios nos conceda la posibilidad de ser firmes y constantes en nuestro actuar para que, por la intercesión de santa Teresa de los Andes, seamos ejemplos vivos para este mundo de las grandezas incomparables que proceden de Su Amor.
La felicidad, como reflexionábamos la semana pasada, inicia con una curiosa palabra y con su práctica: la fe. Y es cierto que hay que tener fe para poder degustar desde ya las cosas inmensas que Dios nos guarda en el Domingo sin ocaso, como nos lo recuerda la liturgia eucarística. Sin embargo, una fe sin obras, como dice Santiago (cf. Stg. 2, 14-26), es una fe muerta, una fe que no ha alcanzado su plenitud. ¿Cómo podemos decir que tenemos fe, pero no actuamos de acuerdo a lo que nuestra fe manda? Es que decir que tenemos fe no nos salva, sino que actuar conforme a nuestra fe, incluso sin decir que tenemos dicha fe, sí nos justifica ante Dios.
Por eso, es muy interesante darnos cuenta de que la palabra “felicidad” en nuestro idioma nos permite percibir otra curiosidad: termina con “dad”. Démonos cuenta de que no termina con “dar” sino con “dad”, o sea, es un mandato y no una sugerencia. Y eso mismo es lo que sucede con nuestra fe cristiana. Nosotros solemos creer que “ámense los unos a los otros como yo les he amado” (cf. Jn. 15, 12.17), “hay mayor felicidad en dar que en recibir” (cf. Hch. 20, 35) y “gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (cf. Mt. 10, 8b), por citar sólo unos cuantos ejemplos de los tantos que tiene la Palabra de Dios, son sólo sugerencias que nos hace Jesucristo en el caso de que queramos seguirle. Y, de hecho, solemos caer en una especie de hipocresía aún mayor cuando aplicamos esas frases pero “sólo con mis hermanos o conocidos”. Viene la pregunta necesaria de nuestro Señor: “¿Qué mérito tienes?” (cf. Lc. 6, 32-35).
“Dad” quiere significar “entregad, otorgad, gastaros, morid” siempre en beneficio de nuestros hermanos. Es que el mérito no está en hacer lo que es fácil, sino en hacer lo que cuesta, de manera que eso que te cuesta Dios pueda usarlo para moldearte en una nueva criatura, para configurarte con Jesucristo. Cuando Jesucristo nos dice que hemos recibido algo gratis y, por lo tanto, gratis debemos recibirlo en el Evangelio según san Mateo, no hace referencia a las cosas materiales que hemos recibido, sino al hecho mismo de recibir por Gracia de Dios. Lo que nos viene por Infinito Amor de Dios sin ser merecedores de ello se debe a que Dios nos lo regala, nos lo da, nos lo otorga. ¿Acaso tiene Dios la obligación de darte algo? Y, si nos vamos al merecimiento, ¿crees que, de alguna manera, mereces que Dios te regale algo Suyo? Si crees que lo mereces por Jesucristo —como, de hecho, todos debemos entender que es—, entonces no estás lejos del Reino de los Cielos; pero si crees que lo mereces por el esfuerzo que haces diariamente, o por el trabajo que has pasado durante muchos años, entonces no has dado ni el primer paso en el conocimiento de Dios. ¿Qué nos dice la Palabra de Dios? “El principio de la sabiduría es el Temor de Dios” (Sal. 111, 10a; Pr. 1, 7a).
¿Cómo sabemos que cuando Jesucristo dice “gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (op.cit.) se está refiriendo a las cosas que Dios nos da? Sencillamente, leyendo el verso completo, que dice: “Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Porque expulsar demonios no es una obra que ocurre por méritos humanos, ni purificar es algo que se alcanza por muchos ritos que hagamos, ni resucitar es algo que los seres humanos hagan a diario, ni curar por intercesión es algo que alcance el poder humano. Pero, voy aún más lejos; leamos lo que dice el versículo anterior del discurso de Jesús: “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (Mt. 10, 7). Jesucristo enviaba a los Doce a estas misiones, a aquellos que Él escogió para ser testigos suyos en este mundo. ¿Acaso a ti no te escogió el Señor también para eso? ¿O eres uno más en este universo?
El Señor no nos sugiere nada si queremos salvarnos, por eso es que se llaman “mandamientos” aquellas cosas que Él nos manda a hacer. Un mandamiento es el dar gratis aquello que hemos recibido gratis, como la posibilidad de ver, escuchar, sentir, percibir, conocer, tener fe, y un sinnúmero de cosas que sólo de Dios proceden y que no se deben a nuestra condición inmerecedora de pecadores. Es cierto que “felicidad” empieza con “fe”, pero termina con “dad”. Y, como es un mandato para bien nuestro y de nuestros hermanos, cuando no lo cumplimos nos encargamos de destruir el Amor que debe existir entre nosotros para que los demás vean que Dios está con nosotros. En cambio, si lo cumplimos estaremos anunciando que el Reino de los Cielos, es decir, el reinado de Dios, la Civilización del Amor, está cerca y es la opción benefactora por antonomasia para todo ser humano que procura la felicidad plena.