Muy buen día para todos ustedes, hermanos y hermanas que quieren acercarse un poco más a Dios. Pidámosle juntos a ese mismo Dios que nos regale la perseverancia para poder llegar a ser como Su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, y así podamos ser felices y hacer felices a los demás, siendo testigos de Su Amor que Él nos regala por el Espíritu Santo.
Me llama mucho la atención cómo aún ni siquiera entendemos bien lo que la Iglesia hace cuando hace todo lo que hace. Tenemos, como Iglesia, fuentes riquísimas de dónde tomar para que no andemos repitiendo la historia constantemente. ¿A qué me refiero? Pues, a que hay muchos cristianos, hermanos míos y hermanos tuyos, que se cansan muy fácilmente de ser fieles a Jesucristo; y son los mismos que, en algún retiro o curso, creen haber descubierto la verdad del Universo, sin darse cuenta de que el mismo mensaje se lo habían repetido constantemente en otras ocasiones. Yo no sé si es mala memoria espiritual o indiferencia ante las manifestaciones de Dios, pero me asombro mucho de ver cómo hay hermanos que son muy utilizados por Dios que pueden caer en desgracia o sequedad y olvidarse de lo que les ha sucedido.
No es un asunto de este año o de este siglo que los cristianos suban y bajen en sus ánimos. Es obvio y se sobreentiende que, al ser seres humanos, todos nosotros cambiemos nuestros ánimos dependiendo de las situaciones en las que nos veamos. Pero a lo que me refiero es a cómo hay personas (jóvenes, adultos y ancianos) que han vivido por años su fe como un círculo, donde todo inicia en el mismo lugar donde termina. Y es terrible presenciar que ellos viven eso y ni cuenta se dan. Entonces, empieza el Adviento, y se preparan; llega la Navidad y la celebran; llega la Cuaresma, y la viven fielmente; celebramos la Pascua y Pentecostés, y ahí están; concluye el Tiempo Ordinario, y leen todo lo que hay que leer; pero cuando reinicia el año litúrgico, ahí están pidiendo nuevamente perdón por los mismos pecados y confesándose de las mismas faltas. ¿Es que acaso Jesucristo nos condenó a vivir en un eterno círculo hasta que muramos? Domingo tras Domingo, mes tras mes, año tras año… ¿Hasta cuándo viviremos así?
Sin embargo, lo que Jesucristo mandó a hacer a la Iglesia, y lo que la Iglesia siempre ha predicado, no es un círculo. Es un error nuestro pensar en eso así. Si lo hemos de representar gráficamente, debe ser como una espiral, pero como una espiral que, en lugar de sólo acercarse poco a poco a su centro, también se acerca hacia lo alto, hacia Dios. Es un volver a las mismas celebraciones y ritos, pero con un espíritu cada vez más maduro y fuerte. La situación está en que muchos hermanos no saben darse cuenta de eso, y creen que hacer constantemente las mismas cosas les va a ganar la entrada al Cielo. Sin darse cuenta de que están desperdiciando sus vidas, están “cansando” a Dios y a los hermanos que no conocen a Jesucristo, y están siendo motivo de disgusto para quienes necesitan un ejemplo a seguir. Y esto último es lo que más debería molestarnos a todos. Pero no molestarnos para airarnos, sino para movernos de nuestras comodidades y formar a esas personas, educarlas en la fe.
¿Cómo es posible que veas a una persona pasándole la mano a una estatua o un cuadro o un sacramental, sabiendo claramente que no lo hace por devoción, sino como superstición, y tú sencillamente te quedes tranquilo o tranquila o sólo la critiques en tu interior? ¿Cómo puede ser posible que escuches prédicas o expresiones de algún hermano que, claramente, van contra lo que la Iglesia misma predica, y le permitas hacer eso, o te quedes callado para no desautorizarlo delante de los demás? Hay maneras de corregir, y quedan claras en los Evangelios. Pero también date cuenta de que, percatándote tú de las cosas equivocadas de tu hermano o hermana, si no lo corriges, es sobre ti que recae la responsabilidad de las personas que puedan desviarse del camino de Jesucristo. Ya te diría el mismo Señor que porque muestras mucho amor se te quedan perdonados muchos pecados (cf. Lc. 7, 36-50), y ¡qué mayor amor que salvar a uno o muchos hermanos de un error que pueda hacerlos perder! Igual te diría Santiago que, al convertir a uno que se desvía de la verdad, se te cubrirán multitud de pecados (cf. St. 5, 19-20).
Leímos el Domingo pasado que Jesucristo se “transfiguró” en el monte, y se mostró glorioso a los amigos suyos que le acompañaban. Y que esa gloria era capaz de hacer sentir bien a esos amigos, hasta el punto que ellos querían quedarse a vivir ahí así. Pues, nosotros nos transfiguramos con Jesucristo, nos transfiguramos en Jesucristo. Y cuando somos capaces de hacerlo, los que nos rodean quieren estar siempre a nuestro lado porque somos motivo de fe, de esperanza y de amor para los demás. ¡Qué testimonio más grande aquel que, en lugar de aprender a vivir la Fe, la Esperanza y la Caridad, seas motivo para que otros aprendan a vivir esas virtudes divinas! Y eso mismo es lo que quiere la Iglesia: mostrarnos que nuestro cambio en Jesucristo no es algo repetitivo, sino gradual, no es algo que se repite hasta el hastío, sino que hace que todo nuestro ser se vaya configurando con Cristo mismo. ¿Quieres un ejemplo de ese mensaje? Lee detenidamente todas las lecturas desde el Domingo pasado hasta el sábado próximo, y verás que todas nos hablan de actitudes que debemos tomar para transfigurarnos con nuestro Señor.
Tu misión de ahora en adelante es ser testimonio vivo de lo que Dios ha hecho en ti y ser motivo de salvación para todos tus hermanos. Si recibes el sacramento de la Eucaristía en ti, si crees firmemente en que el Señor Jesús ha entrado en tu vida, si entiendes que el Espíritu Santo es quien dirige tus actos, entonces tú eres, por ser Iglesia, Sacramento de Salvación para todo el mundo. Este tiempo de Cuaresma es tiempo de preparación, por lo tanto ayuda a tus hermanos a prepararse para que reciban adecuadamente al Señor. Anímate a mostrar la Verdad como es, para que podamos decir junto con el Siervo de Dios Juan Pablo II: “No tengan miedo. Abran las puertas a Cristo. El no quita nada, y lo da todo”.