Buen día, hermanos y hermanas. Seamos hoy muy sinceros con nosotros mismos, y pidámosle a Dios Padre que, por la infinita Misericordia que Él ha tenido con nosotros y por la intercesión de san Elías, nos enseñe a conocer realmente Su Justicia y Su Amor, y podamos repartir ese conocimiento con toda persona que nos rodea.
Año tras año la Iglesia nos propone un tema para reflexionar en este tiempo que empieza mañana, la Cuaresma. Y año tras año solemos ignorar descaradamente ese mensaje que obtenemos del Santo Padre y de la rica liturgia. ¿Qué Iglesia es la que pretendemos ser si ignoramos esos mensajes de Fe, Esperanza y Amor? ¿Dónde está la unidad? ¿Y así queremos enseñar sobre la unión, el Espíritu, y el Amor a los que les hablamos? Entiendo que hoy es un buen día para empezar a conocer las grandezas incomparables que Dios mismo nos regala en los hermanos de nuestra Iglesia, y que nosotros, por ignorantes, no sabemos aprovechar. Por ejemplo, el tema central de toda la Cuaresma es la Justicia de Dios. El mensaje de Benedicto XVI lo pueden encontrar en internet, pero hoy quiero que reflexionemos sobre cómo la Justicia de Dios es también justicia humana.
Estamos muy acostumbrados a que se nos diga que la Justicia de Dios no es como la de los hombres. Y hacemos análisis profundísimos sobre la justicia distributiva y la justicia conmutativa, y “dare cuique suum” (dar a cada cual lo suyo). Y entendemos las palabras de los Evangelios como que Jesucristo nos está sacando en cara que nosotros no sabemos pensar adecuadamente y que la justicia en la que basamos nuestros actos es una justicia mediocre. Si, al leer la parábola, por ejemplo, de los jornaleros en la viña (cf. Mt. 20, 1-16), entiendes que el dueño de la viña está menospreciándote al pagarte lo mismo que a los demás, y, además, está discriminándote al echarte en cara que él hace con su dinero lo que quiera, lamentablemente tú estás siendo un jornalero egoísta, altanero y soberbio. Y con razón es que te golpea tan duro ver a Dios haciendo justicia, porque estás siendo egoísta, y chocas contra Dios, porque Él, sencilla y naturalmente, no lo es.
Dios no manda cosas malas; Dios no tienta. Porque es que Dios es Amor, y no puede andar tentando, porque se contradice. Y Dios no se contradice. Dios tampoco quiere estar mostrándote qué bueno es Él y qué malo eres tú. Se contradeciría nuevamente si lo hiciera. Dios permite que las cosas malas sucedan para que puedas obtener beneficios de las mismas (cf. Stg. 1, 13-17). Pues en realidad, eso mismo es lo que nos dice en la parábola de los jornaleros en la viña. Dios no te dice que eres un mediocre al igual que tu justicia, sino que tú tienes que aprender a ser como Él, para que tu justicia y la Suya sean la misma. Dios te muestra las oportunidades en las que debes ser como Él, para que todos vean Su Justicia a través de ti.
Si la justicia humana y la Justicia Divina no se encontraran, ¿para qué nos creó Dios a Su Imagen y Semejanza? Lo que sucede con la justicia que queremos aplicar es que tiene su fundamento en valores mínimos de no-maleficencia, en lugar de fundamentarse en valores máximos de beneficencia. Hemos venido pensando que, mientras menos nos metemos en los asuntos personales de los demás, menos molestias les causaremos y menos daño habrá entre unos y otros; olvidándonos de que todos los seres humanos hemos sido creados para amar y ser amados, y que siendo benefactores (hacedores de bien) con los demás, somos benefactores con nosotros mismos y con los demás que aún no han llegado a habitar este mundo. Y es que no se puede cosechar Amor si no se ha sembrado Amor.
La benevolencia no es lo que debe movernos a actuar, es decir, no es sólo el hecho de que queremos ser buenos, sino que debe ser el Amor. La diferencia entre benevolencia y Amor es que el Amor incluye la benevolencia, porque el Amor es un don de Dios que se manifiesta entre todas las criaturas de una manera natural. En la naturaleza misma existe toda una sinfonía de Amor, donde cada ser complementa los otros, y que sólo se ve disociada cuando nuestro egoísmo rompe con el perfecto Plan.
Dios ha manifestado Su Amor y Su Justicia en la persona de Jesucristo. Y ése debe ser nuestro modelo a seguir. Amarlo, seguirlo e imitarlo debe ser nuestro gran objetivo, para alcanzar la Semejanza en la Justicia de Dios. ¿Qué viene a ser la Justicia Divina? Sí, es dar a cada cual lo que le corresponde, pero que le corresponde en el Amor: al que llora, consuelo; al que ríe, compañía; al que sufre, paz; al que padece hambre, alimento; al que anda desnudo, vestimenta; al encarcelado y al enfermo, visita. A todos nos corresponden millones de cosas, en el Amor, y hasta que no sepamos entregar nuestras vidas por el beneficio de otros, nunca entenderemos la Justicia de Dios.