Muy buen día, amados hermanos en Jesucristo, Señor nuestro. Pidamos juntos a Dios que, por la intercesión de san Tito y san Timoteo, nos llene de fortaleza y sabiduría para poder anunciar adecuadamente lo que Él quiere que anunciemos, y lo hagamos movidos por Su Amor. 
Cuando pertenecía a la familia carmelitana me daba cuenta de que no sólo allá, sino en todas las comunidades que visitaba, siempre había un pugilato para hacer las labores físicas de limpieza del patio y demás. Y era algo que comentaba con mis compañeros y hermanos, y ellos me decían que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa, menos el trabajo pesado. Porque, era muy cierto: el trabajo físico bajo el sol, por una hora y media, sin hablar, sino sólo trabajando, no es algo muy agradable. Sin embargo, para cuando realizaban deporte, esa hora y media bajo el sol parecía corta, y no fueron pocas las ocasiones en las que se extendió el juego. Y me parecía injusto que hiciéramos eso… Pero yo juzgaba a mis hermanos por preferir el deporte a la limpieza, hasta que entendí las razones por las que hacíamos todo. 
Cuando el espíritu de la vida consagrada fue calando en mí, fui abriendo los ojos y me di cuenta de que todo lo que hacíamos se veía condicionado por nuestras motivaciones, y que, muchas veces, ni conocíamos las motivaciones que nos movían. Y fue ahí cuando aprendí el concepto de “autoconciencia”, sobre el que ya hemos reflexionado anteriormente. Entonces comprendí que cuando no conocía mis motivaciones, lo que me movía a hacer las cosas era la facultad de distraerme que tenían. Y tuve miedo. Tuve miedo porque ingresé a la vida consagrada para ser entero de Dios, y, si buscaba distraerme de lo que vivía, lo que hacía era buscar distraerme de Dios y de lo que Él quiso regalarme en esa comunidad. Entonces, empecé a buscar bien profundo en mí las motivaciones por las que debía empezar a hacer todo (desde levantarme temprano, pasando por la tolerancia de mis hermanos, hasta los rezos mal hechos), y descubrí que mi verdadera motivación debería ser “actuar como Dios lo haría”. 
Entre nosotros los cristianos existe una frase, que se ha hecho famosa por sus siglas en inglés “W.W.J.D?” (What would Jesus do? o, en español, ¿Qué haría Jesús?). Esta frase es algo que nos permite aplicar un poquito más conscientemente la imitación de Cristo (como escribiría Tomás de Kempis) o el seguimiento de Jesucristo, como siempre ha proclamado la Iglesia. Pero el craso error es olvidarnos de que ser cristiano es un logro diario y hasta horario, y no algo que se obtiene en un momento y ya. Si de verdad aplicásemos el ¿Qué haría Jesús? en cada instante de nuestras vidas, no produciría tanto cansancio el mantenernos caminando en el camino de la santidad. Y si nuestra vida fuera realmente un preguntarnos sobre la presencia de Jesús en nuestros actos y sentimientos y pensamientos y palabras, entonces habría mucho más personas que conocieran de Su Amor, y se salvarían. 
Hay personas que se me acercan a contarme sus problemas y sus caídas. Y hay muchos que me cuentan cómo están cansados de caer constantemente en las mismas situaciones de pecado y de dificultades. Muchos de ellos incluso dicen que ya Dios debe estar cansado de ellos, y que dejarán la Iglesia para no ser hipócritas y dar malos ejemplos. A esas personas, cuando profundizamos juntos sobre sus vidas, lo que siempre les pregunto es “¿Por qué?”, es decir, les pregunto sobre sus motivaciones, las razones de sus acciones y palabras. Cuando esos porqués se ven respondidos por un “no sé”, siempre es un buen momento para una pausa interior y terminar de averiguar las razones. Y es que, si las motivaciones de los actos de un actor son desconocidas incluso por él mismo, la obra se vuelve un disparate y se convierte en pura improvisación, donde la trama se convierte en larga y aburrida, y los demás actores del reparto terminan yéndose de su lado, porque no saben seguir el juego. ¡Qué triste debe ser que la gente no te busque porque no se siente cómoda contigo! Lo digo… y aún así conozco muchas personas que están pasando por situaciones similares, y todo se debe a los grandes “no sé” que han proclamado en sus vidas. 
Dios te llama a que, si vas a limpiar el patio, lo hagas pensando, no en los malestares que sientes en hacerlo, sino en las miles de bendiciones que Él te da a través de eso: posibilidad de disfrutar de oxígeno cerca, que tu cuerpo produzca vitamina D por el sol, que tus huesos se vuelvan más fuertes por el uso y por el calcio que se absorbe mejor, menos incidencia de una vida sedentaria y disminución de factores de riesgo cardiovasculares, y no hablemos del nivel comunitario y espiritual que obtienes. Y todo eso sólo por limpiar el patio con Amor. Ahora imagina todas las situaciones en las que te toca hacer algo que a nadie le gusta hacer, normalmente trabajo que implican un cierto grado de esfuerzo físico; y piensa, también, en las miles y miles de bendiciones que obtendrás al respecto. Nos diría san Pablo hoy que “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio” (2 Tim. 1, 7). 
Es que somos obreros de Dios (cf. Lc. 10, 2), y nuestra esencia es trabajar para, por y en Dios. Hay cosas que dejamos de hacer por comodidad; pues, esas quedarán sin paga. En silencio, deberías pensar en lo que Dios pide de ti en todos los niveles y, así, en silencio, realizarla, como el bosque que crece sin ruido. No es sólo dar a los necesitados lo que te corresponde hacer (por ejemplo, ahora por Haití), sino darte por los necesitados. Diría san Francisco de Asís que “dando es como se recibe”, y yo me atrevo a decir que dándote es como te recibes a ti mismo en Dios.