Hemos llegado al culmen de la Pascua. Nuestro Señor Jesucristo ha resucitado, y se ha quedado en medio nuestro dando testimonio con su Resurrección, y nos ha hecho entender que esta vida no es sólo afanarse por trabajar para sobrevivir, sino que la vida eterna es la verdadera vida. Te llama y me llama a abrazar con esperanza los bienes del cielo y a aspirar a esa gracia de Misericordia.
Sin embargo, hoy que vuelve a reinar desde el Cielo, no nos deja solos. Nos ha regalado el Santísimo Espíritu que nos hará entender todo lo que Él quiso decirnos con sus palabras y con sus obras. Pero lo curioso es que este Espíritu no obra en nosotros desde fuera, sino desde dentro, con el Bautismo, con la Confirmación. Y se les dio de una manera especialísima a nuestros dirigentes, los obispos, como muestra el Santo Evangelio de hoy.
Tenemos la gracia de recibir espiritualmente a cada instante al Espíritu Santo que es Dios. Tenemos la gracia de escucharlo apacentándonos por medio de la voz de nuestros pastores los obispos y sus colaboradores los curas. Y lo tenemos verdaderamente actuando en nosotros desde que fuimos bautizados. Entonces, a celebrar en grande la Pascua de Cristo, la Pascua de Dios, la Pascua de la vida eterna.