El Señor se sienta a orillas del mar para hablarnos de trigo. ¡Qué curioso es que se siente! ¡Qué curioso es que no nos hable de pescados o de redes! El Señor Jesucristo se sienta porque Él es Maestro, porque Él tiene una silla, una cátedra, un lugar que sólo Él ocupa para enseñarnos. El Señor nos habla de cosas que nos parecen ajenas para hacernos ver que todo lugar es lugar propicio para conocer a Dios, para hacernos salir de lo que hacemos para ir allí adonde no estamos aún.
Esta parábola de hoy nos resulta muy familiar y comprensible porque el mismo Señor se la explica a los Apóstoles. Pero, démonos cuenta, que son sólo los apóstoles los que tienen la gracia de conocer los misterios del Reino de los Cielos, sólo nuestros pastores pueden interpretar las palabras del Señor Jesús de manera adecuada (por eso las mitras de los obispos tienen las ínfulas que representan Antiguo y Nuevo Testamentos).
Acerquémonos al Señor por medio de la obediencia a los sucesores de los Apóstoles, los obispos. Acerquémonos a su Palabra con la humildad necesaria para que ella nos interpele y nos transforme. Y no olvidemos nunca que estamos siempre en un caminar hacia la santidad, y que todos nos ayudan a ser santos.