“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” rezaba anteriormente el Padrenuestro. Aunque nosotros rezamos hoy “perdónanos nuestras ofensas”, las ofensas contra el prójimo siempre son deudas contra ellos. Y el Señor nos dice hoy que la deuda que tenemos contra Él es la misma deuda que tenemos contra nuestros hermanos.

Así, el santo Evangelio hoy nos llama a ser coherentes entre lo que pedimos a Dios y lo que pedimos a los demás. ¿Cómo podemos decir que amamos a Dios, a quien no vemos, si no amamos al prójimo, a quien vemos? ¿Cómo podemos decir que hemos recibido el perdón de Dios si no queremos perdonar a nuestros hermanos? Familias divididas, amistades terminadas, relaciones destruidas, y sólo por la soberbia.

Al perdonar de corazón a cada uno de nuestros hermanos hacemos lo que el mismo Señor Jesucristo hizo con nosotros. ¿Acaso no fuimos nosotros los que pecamos? Sin embargo, no fuimos nosotros los que fuimos primero a pedir perdón, sino que Él nos amó primero y nos perdonó antes. Lo mismo con el hermano que te hizo daño: adelántate tú, regala tú el perdón, y así se manifestará Dios en tu vida.