Hemos venido durante tanto tiempo caminando con el Señor. Asistimos a nuestra misa los Domingos, asistimos a nuestra comunidad, servimos de alguna manera en la parroquia, y hasta somos una familia cristiana que da gracias por los alimentos y reza unida. Sin embargo, a veces escuchamos que uno de nuestros hijos o amigos o hermanos dice: “Tan mala persona que es fulano, y eso que va a la Iglesia”. ¿Qué ha pasado?

Suele suceder que no vigilamos nuestra fe. No estamos dispuestos a renovar cada día el compromiso de ser cristianos y lo que sucede es que vamos acomodando el Evangelio a nuestras concupiscencias: disfrazo mi temperamento fuerte de celos por las cosas de Dios, disfrazo mi chisme de cuidado por los demás, disfrazo mi mal-hablar de amor por el hermano que corrijo. Hemos disfrazado a los lobos de corderos.

Pero el Señor Jesucristo te dice hoy que nada debemos hacer por competencia con los demás. Somos todos corredores de una misma carrera y todos llegaremos en primer lugar. No debemos decir que sí con nuestros labios si vamos a decir que no con nuestras obras, como el segundo los hijos del Evangelio. Hagamos como el Señor, que se rebajó y se sometió a la muerte, y así fue ensalzado por Dios. Así seremos coherentes.