El césar era una especie de dios entre los romanos. Había que rendirle tributo, quemar incienso en su nombre, y había que recibirlo como si fuera un enviado del cielo. El césar era para los romanos lo que el dinero y las posesiones materiales son para muchos de nosotros hoy: algo que, si no tenemos, nos desespera, nos hace sentir ansiosos, nos mortifica y hasta cambia nuestro temperamento. ¡Qué error!
Tenemos que darle al césar los suyo, que es usar de las cosas materiales cuando sea necesario usarlas. ¿De qué sirve el dinero si no se compra nada? ¿De qué sirven los vehículos si no nos transportamos? ¿De qué sirve la ropa si no nos vestimos? Pero lo contradictorio es que vemos a alguien con hambre y, pudiendo comprar algo para ellos, no lo hacemos; lo mismo el vestido, la salud, la vivienda. ¿De qué sirve lo material que tienes, entonces?
Si Dios ocupa el primer lugar en tu vida, entenderás que los bienes materiales que tienes son de todos los que te rodean, y Dios ha hecho de ti su administrador. Dios ha hecho de ti como de sus profetas y jefes: los pone a la cabeza de algo para que, con su vida, testimonien que Dios es el Rey supremo. Aprovecha tu vida y entrégala al servicio de los demás. Así darás al césar lo suyo y a Dios lo que es de Dios.