“Procurad todos vosotros que […], por vuestra unión y concordia en el amor,
seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre,
para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo”
(LDH Tomo III, Del Oficio de Lectura, II Domingo TO, Carta de S. Ignacio de Antioquía, Obispo, a los Efesios).

 

La Iglesia en este día da inicio a un nuevo ciclo del tiempo ordinario, un tiempo en el que se hace común centrar la mirada en los acontecimientos de la vida pública de Jesús que, sin lugar a dudas van a marcar toda la obra salvífica; una obra que se realiza por amor, un amor sin medida de un Dios que se define a sí mismo como Amor y por ende, es – como bien lo diría S. Tomás de Aquino –, la causa primera de todas las cosas, sin el cual nada de lo que vemos hubiese venido a la existencia, un Dios que ha previsto tan bien la obra de la salvación eterna que incluso la manifestación de la obra de Jesús en el pueblo de Israel tiene un momento concreto y un lugar en el que se debe de realizar la misma acción sagrada.

En el texto del profeta Isaías encontramos una acción que se realiza por amor, la tiniebla se disipa, los pueblos contemplan la obra de Dios en la llama de una antorcha como signo al Divino Espíritu. Resulta curioso redescubrir a la luz de este pasaje que aquel que es considerado abandonado o devastado por la sociedad, el que llega a ser desprovisto de lo necesario para su propia subsistencia es el que es predilecto de Dios, totalmente lleno de una alegría como la que siente el marido al estar con su esposa, o más aún, la alegría que sienten los novios al momento de unir su vida a la de su pareja en el momento de la boda.

Una boda es también el escenario del Evangelio de este día, ceremonia a la que han sido invitados Jesús y sus discípulos, y en palabras del mismo relato “la madre de Jesús estaba ahí”, no da el nombre de la madre de Jesús, ni en la segunda mención que hace de Ella, ni en las palabras de Jesús, solamente se le cita: “Madre” o “Mujer”, en un empeño por resaltar la persona de Jesús antes que los demás personajes, pues si bien es cierto podemos hacer una lectura mariológica del texto, es necesario hacer una lectura cristológica en el que la hora de Jesús toma un rol particular, la manifestación del Hijo de Dios comienza en esta boda, sus signos, prodigios, enseñanzas, milagros, en sí, toda la hora de Jesús comienza en Cana.

Que redescubramos en nuestra vida la hora de nuestro Dios y Salvador, momento en el que hemos de renunciar a nuestro propio yo para llenarnos de aquel que ofrendó su propia vida en favor de toda la humanidad, aquel que nos llama a participar como verdaderos protagonistas de su plan salvífico.

Que la Santísima Virgen interceda por nosotros de modo que escuchemos la voz de Dios en nuestra vida e inspire nuestra acciones para hacer cuanto Jesús nos diga, recordando que al hacer la voluntad de Dios, somos verdaderamente felices en este camino hacia la eternidad.

Ex Corde Matris,

REX CARD. IESUS

“Cooperatores Veritatis”.