Un gran abrazo para todos ustedes, hermanos que buscan de Dios con sinceridad de corazón. Oremos juntos: Dios Padre bueno, que has dispuesto todas las cosas para el bien de los que te aman, y has mostrado tu Amor en la vida y muerte de nuestro Señor Jesucristo, te pedimos que, por la intercesión de nuestros hermanos san Olegario, santa Coleta, santa Rosa de Viterbo y san Julián de Toledo, podamos abrazar con tu Amor la Cruz de cada día, y así podamos alcanzar un día la Gloria que nos tienes reservada para los que te buscamos con humildad. Amén.
Esta segunda semana de Cuaresma nos lleva indefectiblemente a unirnos a la persona de Jesucristo. Hemos escuchado y meditado la Transfiguración Suya, y cómo unos de los apóstoles han sido testigos expresos de esta manifestación de gloria. ¿Qué significa esto? Jesucristo no se transformó, sino que se transfiguró. No es lo mismo “transformarse” que “transfigurarse”. Una transformación consiste en un cambio que algo da sobre su forma, peor manteniendo su identidad; la transfiguración, en cambio, es una transformación en la que algo revela su identidad verdadera. Jesucristo, por lo tanto, al transfigurarse nos ha mostrado el Amor del Padre, puesto que se revela como el Divino Salvador. Y esto se atestigua por las palabras del Padre que dice que ése es Su Hijo, a quien hay que escuchar (cf. Mt. 17, 1-9; Mc. 9, 2-10; Lc. 9, 28-36).
Jesucristo muestra esta luz en medio de la oscuridad del camino a su Pasión. Y a nosotros nos sirve por igual, en medio de esta preparación cuaresmal. Era una catequesis que el Señor les daba al permitirles ver a Pedro, Santiago y Juan este resumen de nuestra fe: todo lo que se ha dicho de Dios y se ha prometido al ser humano antes de aquel tiempo (lo que para nosotros es el Antiguo Testamento) se ha dado en Jesucristo, puesto que Él es la promesa de Dios que va mucho más allá de lo que los hombres habían comprendido. El Salvador que se daba no era uno según la estrecha mente nuestra, sino uno que cumplía a cabalidad el plan perfecto de Dios con el ser humano desde la Creación. La Alianza que se daba con la caída de la lluvia y la salida del arcoíris ahora es una Alianza que se da con el derramamiento de la Sangre de Dios y la apertura de los Cielos. La sangre de Jesús es la Alianza nueva y eterna que será derramada por todos nosotros para el perdón de los pecados.
¿Y qué significa esto para mi vida? Que así como ha habido un bautismo con agua, la plenitud del mismo se alcanza por los méritos de la Sangre derramada por Jesucristo. Has sido bautizado, pues, por Amor, en el Amor y con el Amor de la Santísima Trinidad, que ha sido tan grande que no dudó en entregar al Hijo Predilecto como propiciación de todas nuestras culpas y nuestros pecados. ¡Esto sí que es Amor! Y mayor aún se manifiesta ese Amor en ti cuando eres capaz de escuchar lo que ese Hijo Amado te dice y de ponerlo en práctica. Ser misericordioso en obediencia a Dios, ser coherente con los mandatos de tu fe, ser humilde entre tus hermanos, estar atento a la Palabra de Dios, reconocer a Jesús como tu Señor, y procurar volvernos al Padre cada vez que caemos son maneras en las que la Nueva Alianza nos permite configurarnos con Jesucristo y, por lo tanto, transfigurarnos con Él.
¿En qué consiste vivir la nueva y eterna Alianza? En ser amigo del Amigo, y ser hijo con el Hijo. No es acumular conocimiento, ni acumular obras; es el conocimiento por Amor y el obrar desde el Amor. Así se vive en coherencia con Jesucristo: amando como Él nos ha amado. Y, si en los catorce días que van de esta Cuaresma aún no hemos visto esto, tenemos todavía tiempo y oportunidades para ser como Aquel que decidió mostrar su verdadera identidad. El Bautismo que has recibido como sacramento te confiere la Gracia de ser de Dios en virtud del cáliz que debemos tomar, que derrama la Sangre de nuestro Salvador. Vivir el Bautismo es asumir esta nueva Alianza, y prepararnos para recibirlo cada momento es un catecumenado, es una formación, es una transformación, es una Cuaresma constante, cuyo objetivo final es vivir la Pascua del Señor. La Nueva Alianza la vivimos ya, pero no siempre la dejamos dar frutos en nosotros. Deja que el Señor sea la Nueva Alianza en ti, y muéstrate dispuesto a configurar tu vida con la Suya, tu amor con el Suyo… ¡que Su Pasión sea la tuya!