Que Dios Padre, con toda Su Misericordia, nos ilumine y nos guíe. Que Cristo, la Sabiduría de Dios, sea lo que más anhelemos. Que el Espíritu Santo, dador de la Ciencia, nos conceda la gracia de conocer más de Dios. Que María Santísima, trono de la Sabiduría, sea maestra nuestra para conocer la Verdad plena.
Hace poco tuve una discusión con un hermano que me decía que prefiere los cursos que le transforman el corazón en lugar de los estudios que le transformen la mente. Él decía que los estudios académicos son buenos, pero que no transforman la vida. Y llegó a afirmar que lo que quiere Dios que se transforme es el corazón del ser humano… Cualquiera de nosotros que lea esto puede decir que es cierto esto, sin embargo, nada más lejos de la intención de Dios.
“Conviértete y cree en el Evangelio” se nos dice el miércoles de ceniza. Cuando la Sagrada Escritura nos habla de conversión, se refiere verdaderamente a cambio de corazón, pero no al concepto que tenemos del mismo. Por supuesto que no se refiere a la bomba cardíaca, puesto que las aves, los reptiles, los peces, los mamíferos tienen corazón; y si Dios quiere cambiar los corazones, entonces aves, reptiles, peces y mamíferos vienen a ser cambiados por Dios. A lo que se refiere la Sagrada Escritura es a otra cosa.
En nuestro idioma, el concepto utilizado de corazón en lo cotidiano hace referencia a lo afectivo, a la esfera emocional o a la sentimental. Esto es lógico, puesto que el corazón es el órgano del cuerpo que tiene un movimiento drástico comparado con riñones, cerebro o hígado, por ejemplo. Así, cuando hay una emoción fuerte, aunque los pulmones se llenan con mayor frecuencia y con mayor capacidad, el flujo sanguíneo se redistribuye en el cuerpo, las pupilas se hacen más anchas, el corazón se vuelve más perceptible por la persona. Por ello se asocian las emociones a lo cardíaco, y tenemos expresiones como “te amo con todo mi corazón” y no “te amo con todo mi sistema límbico”.
El sistema límbico es una parte del cerebro en donde se almacenan, se recuerdan y se consolidan las emociones, y sus neuronas no están aisladas del resto del cerebro, sino que hay conexiones tan fuertes que sólo recuerdos pueden activar emociones que hasta pueden somatizarse, es decir, mostrarse físicamente como posturas inadecuadas por tristeza, o rostro alegre por confianza. En este sentido, es en estas conexiones que quiere Dios trabajar. Dios trabaja tanto en lo emocional como en lo racional.
No es que Dios te pida que cambies tu manera de razonar, sino que cambies tu manera de pensar, esto es que cambies tu mente. ¿Qué sería la mente? La mente es el funcionamiento integral del cerebro humano: voluntad, conciencia, emociones, estructuras… Por ello diría san Ireneo de Lyon que “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva”; que tú y yo no nos dejemos gobernar sólo por emociones instintivas (los malos humores por hambre, la ansiedad por inseguridades materiales…), sino que convirtamos nuestra mente en una mente de Dios… Que nuestra mente sólo piense en Dios. Y así concluiría la frase de san Ireneo: “y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.
Es cierto que una preparación académica que se centre sólo en acumular conocimientos hace que la persona se sepulte ella misma en la autosuficiencia, que fue el primer pecado de nuestros padres. Pero no es menos cierto que una preparación emocional que se centre sólo en lo que se siente al leer la Sagrada Escritura o al orar por alguien hace que la persona se sepulte en la negación de Dios mismo y del ser humano mismo, que es más que cualquier animal. El equilibrio, lo sabemos, está en el punto medio, pero no es un punto medio como si hubiera tensiones opuestas entre lo racional y lo emocional, sino que es tanto lo racional como lo emocional lo que constituye al ser humano.
En este sentido, amar a Dios con el corazón quiere decir con todo lo que se es. Este es el reto: que lo que sabes lo apliques primero en ti, y que busques sobre aquello que no conoces de Dios para que, cuando empieces a conocerlo, vayas aplicándolo. Cuando aprendamos a ser coherentes con lo que profesamos, los demás podrán y querrán conocer a ese Dios de la coherencia en el Amor.