¡Que la gloria sea de Dios! Pidamos al Señor Dios bueno y misericordioso que nos enseñe a amar como Él, que es el Amor, ama, para que, por la intercesión de san Zacarías y santa Isabel, y por los méritos de nuestro Señor Jesucristo, seamos testigos de conversión para todo el mundo.
Muchas son las veces en las que los cristianos no sabemos qué posturas tomar ante las demás religiones. Hay quienes afirman que puedes ser de cualquier religión o de cualquiera denominación cristiana siempre que seas feliz, y hay otros que afirman que las religiones deben desaparecer para que el ser humano avance. Hoy reflexionaremos con la Declaración Nostra Aetate (NA), que nos habla sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no-cristianas.
Lo primero es lo primero: ¿deben desaparecer las religiones? Muchos pensadores creen que sí, porque han asociado el conocimiento de la ciencia como el único conocimiento que existe. Sin embargo, las preguntas básicas del ser humano no han encontrado respuesta en la ciencia. Es decir, preguntarse sobre qué somos, cuál es el sentido de estar aquí, qué es el bien, cuál es el objetivo del dolor y el sufrimiento…, sólo han tenido respuestas a través de las religiones. Y por ello, “los hombres esperan de las diversas religiones las respuestas a los enigmas recónditos de la condición humana” (NA 1).
Cabe recalcar ahora que, aunque las religiones buscan respuestas en estas cosas, sólo una muestra la revelación del Dios Verdadero a través de Él mismo: el cristianismo. ¿Cómo debemos relacionarnos, entonces, con las religiones no cristianas? “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero” (NA 2) y además “exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando el testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen” (ibíd.).
De todas las religiones podemos y debemos aprender todo lo que puede ser un destello de luz de la Verdad, porque, aunque el cristianismo tiene la plenitud de la Verdad revelada en Cristo, no siempre hemos sabido contemplarla para vivirla fielmente. Por ejemplo, con el Islam, que son los hermanos más jóvenes que profesan una fe monoteísta, debemos defender y promover “unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres” (NA 3); y con los judíos debemos reconocer que no son “réprobos de Dios y malditos” porque hayan participado en la Pasión de nuestro Señor, ya que ellos nos preceden en la fe en el verdadero Dios y muchos sí creyeron en Jesucristo.
No afirma jamás el católico que todo lo que enseñan las demás religiones es bueno y verdadero, sino que hay destellos de verdad y bondad. Pudo haber sido manipulado o no el discurso de los padres conciliares, y hasta el de los papas sucesores de Pablo VI, pudo haber sido un plan divisorio o no. Lo importante es reconocer, primero, que la totalidad de la Verdad de Dios está en Cristo y Éste está en la Iglesia Católica, y, un muy humilde segundo, no siempre sabemos interpretar la Verdad de Dios como humanos limitados que somos.
Si la fe en Cristo me lleva al rechazo total de los demás, no es fe en Cristo. Nuestro Señor Jesucristo fue judío y los Doce también lo fueron. Nuestro Señor no rechazó a los individuos de Samaría, aunque sí sus prácticas. No podemos acusar de apóstata o hereje a un hermano que respete lo bueno de todos. Lo que no podemos es caer en el error de considerar que todo es bueno. “No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios” (NA 5). El que no ama, no ha conocido a Dios (cf. 1 Jn. 4, 8).