Muy buen día, hermanos y hermanas en el Señor. Pidamos a Dios Todopoderoso que, por la intercesión de san Ignacio de Antioquía y santa Brígida, nos enseñe a contemplar con Amor todo lo que nos rodea para que seamos testigos reales de las grandezas que Él nos regala en cada acontecimiento por Amor a nuestro Señor Jesucristo.
El pasado Domingo, la Iglesia nos enseñaba cosas que debemos tener en cuenta si queremos ser realmente santos. En resumen, las bienaventuranzas (cf. Mt. 5, 1-12a) son un programa que debemos llevar a cabo a pesar de lo que el mundo nos proponga. Nos diría el santo padre Benedicto XVI que “las bienaventuranzas son un nuevo programa de vida para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes” (Ángelus, 30 de enero de 2011). Lo interesante de esto es que es un mensaje de Dios que no necesita estar renovándose y que es la única manera de entrar al Reino de los Cielos, sin embargo, el mundo nos muestra esto de ser pobre, llorar, sufrir pasar hambre y sed, tener misericordia, como el perfecto plan para fracasar.
Ayer tuve la bendición de participar en la Eucaristía con unos 60 niños entre 9 y 12 años de edad de la Infancia Misionera. Ellos realizaron casi toda la liturgia, y fue sólo entonces que comprendí aquello de las bienaventuranzas. Estos niños cantaban sin importar que lo hacían frente a personas que saben cantar, proclamaban la Palabra sin importar que había proclamadores instituidos, hacían las oraciones sin importar que había personas que tenían muchos más años que ellos orando. Ahí entendí lo que decía Jesucristo de ser pobre de espíritu, de ser misericordioso, de ser limpio de corazón. No es que a los niños no les importa cómo hacen lo hacen, sino que ellos están dispuestos a dejarse enseñar.
El hijo de Dios hace lo que tiene que hacer y se deja instruir por Dios. Diría Judit: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios, que nos somete a prueba, lo mismo que a nuestros padres. […] Así como a ellos los purificó para probar sus corazones, de la misma manera, nosotros no somos castigados por Él, sino que el Señor golpea a los que están cerca de Él, para que eso les sirva de advertencia” (Jdt. 8, 25.27). Es el mundo que ha querido meter en tu cabeza una serie de disparates que parecen congruentes, pero al final no lo son. Siempre preguntan: “Si Dios es tan bueno, ¿por qué hay tantas guerras y muertes?”, como si la causa de los males fuera Dios y Él se contradijera. Es lo mismo que si preguntaras: “Si el sol nos da su luz, ¿por qué existe la noche?”. ¿Acaso tiene el sol la culpa de que la tierra gire y la cara que antes era iluminada ahora se aleje de él? ¿Acaso es Dios culpable de que Sus hijos quieran enfrentarse unos con otros y destruirse mutuamente? Pero más que eso, no sólo vemos esto con unos ojos racionales que descubren una nueva manera de pensar, sino que lo vemos con los ojos de Dios: la noche nos permite anhelar la luz del sol y nos enseña a crear nuestra propia luz.
El mundo seguirá introduciéndote cosas en la mente como fundamentales sin serlo. ¿No has caído en la cuenta de que a los que no tienen dinero, o a los que están sufriendo alguna enfermedad, o a los que están pasando hambre y sed le decimos “infelices”? ¿Quién te ha nombrado a ti juez de su felicidad? Si tu felicidad depende de lo que te diga el mundo, tendrás una felicidad efímera y totalmente cambiable. Poner tu felicidad en algo temporal, en algo pasajero, te traerá una felicidad realmente temporal y pasajera. Pero, pon tu felicidad en algo, mejor, en Alguien eterno… Será una felicidad eterna que tú mismo no podrás describir, pero que, a los que la tienen, nuestro Señor Jesús les llama “bienaventurados”. Así mismo llamamos a los que son santos, por ello decimos de la madre de Jesús la Bienaventurada Virgen María, porque ella contempla a Dios. Entonces, lo que dice el profeta Isaías cobra todo un sentido fenomenal: “Felices todos los que esperan en Él [el Señor]” (Is. 30, 18c).
Ser bienaventurado es contemplar a Dios, porque es Dios mismo la felicidad. Ser pobre de espíritu es no tener más apego que al mismo Señor, que es el Todo y que es inaprehensible. Ser perseguido por causa de la justicia es ser perseguido por Dios mismo, porque Él es el justo. Ser calumniado por el Señor es asumir realmente la configuración con Jesucristo como una labor diaria y real en tu vida, y eso implica terminar como Él terminó o quizá peor. Es dejarse corregir por el Señor y abrir los ojos ante esta corrección para poder contemplar con Sus ojos lo que Él mismo pone delante de nosotros. No es una filosofía de vida ni un optimismo, sino mucho más que eso; es la plenitud de la felicidad, porque se sigue al plenamente Feliz porque dejó todo lo que el mundo le proponía.
Yo te digo a ti ahora: ¿Quieres que el Señor te sane? Deja todo y cambia tu vida. ¿Quieres sanar a otros en el nombre de Jesús? Deja todo y cambia tu vida. ¿Quieres decir como el anciano Simeón que tus ojos han visto al Salvador? Deja todo y cambia tu vida. Te adelanto lo que ya te dirá el Señor el próximo Domingo: tú eres la sal de la tierra; tú eres la luz del mundo. Pero, primero debes reconocer que la sal es importante y que la luz es necesaria. Abre tus ojos y sé como un niño, preséntate ante Dios sin mancha, pídele que te corrija y que, con todo Su Amor, te muestre Sus Planes contigo y con todos. Estas cosas no son castigos de Dios, sino dones Suyos que nos acercan más a la vida de plena felicidad.