Buen día, hermanos que aman a Dios y quieren ser adoradores suyos en espíritu y en verdad. Dios, que escuchas nuestros clamores, dígnate en escuchar nuestras peticiones y nuestras acciones de gracias, para que, por la intercesión de santa Cecilia, puedan ser verdaderas oraciones unidas al canto de toda la Iglesia.
Hoy celebramos la memoria de santa Cecilia, joven mártir, patrona de los músicos. A propósito de esto quiero tomar ciertas palabras que emitió el papa Benedicto XVI el día 18 de este mes de camino a Benín, África, con respecto del creciente número de iglesias evangélicas o pentecostales en ese continente. El papa afirma: “estas comunidades se caracterizan por sus pocas instituciones, un mensaje fácil, simple y comprensible y la liturgia participativa, con expresión de los propios sentimientos, de la propia cultura y combinaciones sincretistas entre religiones. Todo ello por una parte garantiza el éxito, pero por otra implica poca estabilidad”. ¿Qué tan cierto es esto? Sólo hay que ver a los hermanos que teníamos en nuestras parroquias y que ahora son de estas denominaciones, y veremos que pocos alcanzan la estabilidad, a menos que traigan los sentimientos a flor de piel. Por esto mismo es que el papa luego dice que la liturgia “no debe basarse sólo en la expresión de los sentimientos, sino que ha de estar caracterizada  por la presencia del misterio en el que entramos, por el que nos dejamos formar”.

Suele suceder con mucha frecuencia que no nos damos a entender con respecto de nuestra postura ante la música religiosa. En sólo tres números del Catecismo de la Iglesia Católica (1156-1158), queda expresado cómo debe verse la composición musical religiosa. Resumiéndolos: el canto sagrado (el que cantamos durante los sacramentos o todo lo que hace referencia a ellos) es una parte necesaria e integral de la liturgia solemne, por lo tanto su función es de ser signo en ella y, por ello, debe estar lo más cercano posible a esa función: sólo así da la gloria de Dios y santifica a los fieles; se exhorta a ser expresado en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra, por lo que se fomenta el canto religioso popular, sin que éste se aleje de la doctrina católica. ¿Y qué nos dice todo esto? Que debe haber un esfuerzo individual y en conjunto de que cada canto que se realice se encargue de educar en la doctrina de los Apóstoles según la pedagogía de Dios. Ha de evitarse, por lo tanto, la mera expresión de los sentimientos. Esto no quiere decir que deba caerse en un rigorismo doctrinal que no admite expresiones personales, sino que debe ser educada en la fe la persona que ofrece su servicio a Dios en el canto o la música.
En esas mismas palabras, refiriéndose a los evangélicos y pentecostales, el papa dice “no debemos imitar estas comunidades, sino preguntarnos qué podemos hacer nosotros para dar nueva vitalidad a la fe católica”. Esto no rompe en lo absoluto con el mensaje ecuménico del Concilio Vaticano II ni con los esfuerzos ecuménicos del beato Juan Pablo II. Al contrario, esto reafirma el ecumenismo, puesto que el espíritu ecuménico implica “todos los intentos de eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados” (Unitatis Redintegratio, 4). Esto quiere decir que no hay que estar en contra de los hermanos no-católicos, pero tampoco que hay que ocultar la verdad porque puedan herirse. En estos términos es que el papa se dirige a los católicos y nos invita a no imitar el mero sentimentalismo de muchas comunidades, sino que el mensaje de Jesucristo, que de por sí es profundo, se transmita de manera simple y comprensible de acuerdo a las necesidades de la comunidad. Es importante que el mensaje de Jesús no sea uno difícil y europeo para nosotros, pero, por igual, hay que reconocer las bellezas y grandezas que han creado muchos europeos para la gloria de Dios y beneficio de nosotros en la Iglesia. No podemos pretender divorciar la realidad teológica de la Iglesia de su realidad histórica: así como hay mucha influencia americana desde hace un poco más de 300 años en la Iglesia, también hay que reconocer que los grandes santos, grandes compositores, grandes artistas de la Iglesia antes de la evangelización en América han sido europeos. Que haya libertad para una música, unos gestos o un mensaje adaptado a las realidades de nuestros pueblos, no quiere decir que haya que eliminar lo europeo de nuestras manifestaciones. Esto es lo que quiere decir el concepto de “catolicidad”.
No podemos basar nuestra fe en un Dios de retribución ni en un Dios que es un medio para el bienestar. Dios no es medio, sino fin, y el sufrimiento humano, sea social, sea económico, sea físico, sea mental, se dirige al encuentro con ese Dios que es la felicidad plena. Dios es el emisor, el mensaje y el mensajero de toda la buena noticia de Amor para toda la humanidad. Ese Dios que nos ha sido revelado en Jesucristo y que los Apóstoles, por mandato expreso Suyo, han guardado celosamente y han querido que permanezca en sucesión apostólica, es el Dios que debemos conocer con los medios de santificación que nos ofrece la Iglesia. Dejemos de ignorar esta riqueza y zambullámonos en ella, para que siempre encontremos maneras adecuadas y actualizadas del mensaje que nuestro Señor dejó en nosotros para nuestros hermanos.