Te alabamos, Dios, y te bendecimos por las grandezas que nos muestras con tu Amor. Te pedimos que nos llenes siempre de tu santo Temor para que, por la intercesión de san Juan Eudes, nunca dudemos en conocerte y agradarte a Ti en todos nuestros hermanos, y sepamos rendirnos en adoración ante los misterios de tu Misericordia.
Hace unos años, el papa Benedicto XVI había pedido a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que enviara una carta a todas las conferencias episcopales para que se eliminara el uso de la palabra Yahveh en la Liturgia, oraciones y cantos. La razón era porque el nombre de Yahveh (cuya escritura auténtica es el tetragrámaton YHWH) es el nombre sagrado de Dios que, cuando algún lector llegaba a ese punto, decía la palabra “Adonai”, que se traduciría por “Señor”. Así, el título de Jesucristo se vuelve intercambiable con el del Dios de Israel, que es necesario para entender a Cristo.
Por igual, apartando los evangelios, cuando leemos los textos del Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que ninguno de los autores utiliza frases que atribuyan a Dios condiciones propias de un caudillo o de un guerrero (i.e., varón de guerra, libertador, valiente, etc.), y tampoco hace referencia a Dios como si fuera el Dios de Israel, el que los libra de los enemigos, y demás referencias judías. Es más, el Catecismo de la Iglesia Católica sólo menciona en una ocasión que nosotros somos el “Nuevo Israel” (cf. n. 877), y es citando el decreto conciliar “Ad Gentes” (Concilio Vaticano II, 1965) que afirma que Jesucristo llamó a los Apóstoles y ellos son la semilla del Nuevo Israel (cf. n. 5).

En la Liturgia, que es la manera sagrada más eficaz de celebrar la fe (cf. SC 7), sólo se escuchan las referencias judías a Dios en los textos veterotestamentarios de la Liturgia de la Palabra. Ni las oraciones ni los himnos mencionan estas cosas. ¿A qué se debe esto? Jesucristo nos muestra la esencia de Dios en Él: Dios es Amor. Dios no anda matando enemigos, ni destruyendo pueblos, ni maldiciendo generaciones enteras. La lectura que le damos a los textos del Antiguo Testamento debe ser con la mentalidad del Nuevo Testamento. Si leemos esos textos olvidándonos de cómo comprendía la fe judía de la época a Dios, entonces tendremos un Dios exclusivista, no universal.
Por ello, nuestros cantos, sobre todo los litúrgicos, deben procurar estar apegados a la doctrina cristiana, no a la judía. “Los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas” (SC 121). Por ejemplo, cantar un salmo no es lo mismo que cantar un canto inspirado en un salmo. Cantar un salmo, obviamente, requiere que el texto del salmo sea íntegro de acuerdo a los libros litúrgicos; pero un canto inspirado en un salmo que se vaya a utilizar en un momento de la liturgia distinto del momento del salmo, debe contener la doctrina católica. Esto parece rechinar en ciertos oídos porque hace que la Iglesia se vea encorsetada y hasta herética.
El “demonio blasfemo Benedicto XVI”, como se titula un foro de discusión en la red, se ha encargado de devolver la catolicidad a la Iglesia Católica. Aquellos montones de nosotros que estamos tan acostumbrados a un cristianismo protestantiforme y cuasi-herético, con la Eucaristía y Santa María como únicos vínculos con la Iglesia, pero cuya Pseudo-doctrina se diluye en el pentecostalismo y hasta en la Nueva Era, necesitamos despertar. Acomodar a Cristo a nuestros gustos no es lo correcto. Este tipo de cantos que dicen “Jesús mi Amor, y, más que amor, mi dulce paz” nos destruyen el concepto del Amor verdadero que es Dios y nos hace buscar un falso irenismo.
Los cantos que entonamos, las oraciones que dirigimos, los himnos que escribimos deben estar de acuerdo a la doctrina católica. Y esto no es por complejo de sangre azul, o complejo de superioridad, ni por un carácter exclusivo y excluyente que mostramos, sino porque sólo la Iglesia Católica tiene la línea directa hacia los Apóstoles, y es esta fe apostólica la que ha sido preservada hasta nuestros días. Cualquierizar la fe en Dios es cualquierizar a Dios. Seamos ovejas que se dejan pastorear, y no compliquemos la salvación de los demás.