Oh Dios, tú que concediste a san Jerónimo una estima tierna y viva por la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu Palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la verdadera vida” (Oración colecta, memoria de san Jerónimo).
Termina el mes de septiembre y cada vez más conocemos la Sagrada Escritura y la amamos más… ¿O no? Pues, justo de esto quiero que reflexionemos juntos hoy. Se nos hace muy fácil leer cosas sobre la Sagrada Escritura (con el énfasis adrede), sin embargo se nos hace cuesta arriba leerla a ella misma. Si ella es la fuente verdadera de la vida, ¿por qué preferimos que se nos hable de la fuente en lugar de ir a tomar el agua de la vida?
En una de las reflexiones anteriores hablamos de cómo fue abriéndose el camino para que la biblia fuera de acceso a todos los fieles. Y muchos andamos con la biblia como “mi arma blanca”, como me comentó un jovencito el sábado pasado. Sin embargo, ¿no estaremos aun usándola como amuleto? El acceso a la Sagrada Escritura es tan fácil que hasta el concepto de “sagrado” de la Sagrada Escritura hemos venido borrándolo de nuestro entendimiento.

Leemos —cuando el Espíritu pasa siglos soplando en nuestras vidas y nos pica el deseo de leer— cosas en la Sagrada Escritura, pero es como si no la viviéramos o no la comprendiéramos, porque luego andamos como si nada. Por ejemplo, ¿en qué lugar del Génesis es que dice que Adán y Eva comieron una manzana? ¡En ninguno! Si es cierto que el jardín del Edén podemos localizarlo entre los ríos Pisón, Guijón, Tigris y Éufrates (cf. Gn. 2, 10-14), esa zona es demasiado caliente para el cultivo de la manzana. Por supuesto, en latín malus y mâlus no significan lo mismo; el primero quiere decir malo, y el segundo, manzana. Cuando Dios les prohíbe comer del fruto malus, no les prohíbe comer manzanas.
Lo mismo sucede con los cuernos de Moisés. Fíjense que en las pinturas y esculturas, Moisés es representado con dos rayos de luz que salen de su frente a manera de dos cuernos. En el libro del Éxodo se nos habla de que karan ohr panav, esto es “de su rostro emanaban rayos de luz” o “su rostro resplandecía” (34, 30), sin embargo, como el hebreo antiguo era consonántico, en lugar de karan se tenía el vocablo krn, entonces se tradujo como keren ohr panav, que quiere decir “su rostro era cornudo. Si se sabe esto, ¿por qué persiste la representación cornuda-luminosa de Moisés? Porque hay quienes desean hacer entender que la Sagrada Escritura fue escrita tanto por Dios como por los hombres.
Ni tres eran los sabios de oriente, ni sus nombres eran Melchor, Gaspar y Baltasar, ni Joaquín y Ana son los nombres de los abuelos maternos de Jesús, ni buey ni asno había en el pesebre, ni ballena alguna se tragó a Jonás, ni diez son los mandamientos de Dios, ni la Verónica seca el rostro del Señor… La Sagrada Escritura no nos dicen estas cosas, sino que estas cosas son de la Sagrada Tradición. ¿Choca esto con tu fe? ¿Se tambalea tu salvación por esto? Espero que no, porque, si tu salvación depende de estas cosas, pobre es tu fe.
¿Qué es lo que debemos hacer con la Sagrada Escritura? Por supuesto, leerla. Pero debe “acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre” (DV 25), es decir, teniendo en cuenta las cuestiones históricas, antropológicas, sociológicas y fenomenológicas que se pueden vislumbrar en ella, hay que recordar que el fin suyo es darnos a escuchar a Dios. Diría san Ambrosio: “A Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”.
Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes” (DV 25). Y no tengamos miedo de entrar en este hermoso misterio de Amor que llamamos la Revelación de Dios, que queda por escrito en la Sagrada Escritura, pero que queda explicado adecuadamente en la Sagrada Tradición de la Iglesia por el Magisterio suyo. Feliz fin de septiembre.