Buen día, hermanos y hermanas. Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos muestre la Luz de Su Verdad y Su Amor, para que podamos encontrarnos con Él y, por la intercesión de nuestra Señora María en la advocación de Loreto, sepamos transmitirlos con humildad a los que nos rodean.
Leyendo la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium de su santidad Francisco, no he podido dejar de sorprenderme al encontrar expresiones muy particulares suyas que pudieran ser malinterpretadas por cualquiera. Pero, sin ánimos de detenernos en analizar esas cosas, sí quisiera que reflexionemos sobre dos temas que él pone en contraste uno frente al otro: los dos alimentos de lo que él llama la “mundanidad espiritual” (cf. EG 94).

El papa nos habla de que los agentes pastorales, es decir, todos los que nos encargamos de hacer llegar el mensaje del Señor a cada realidad en la que nos sumergimos, tienen tentaciones de cara a este mensaje (cf. nn. 76-109). En los números 93-97, titulados “No a la mundanidad espiritual”, nos dice que no debemos caer en lo que hacían los fariseos: disfrazaban de religioso las comodidades personales. Y, específicamente, en el número 94 nos dice que hay dos posibles alimentos de esta mundanidad: la fascinación del gnosticismo y el neopelagianismo autorreferencial y prometeico.
El gnosticismo fue considerado herejía por la Iglesia hace siglos. Consiste, como dice el papa, en “una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (cf. EG 94). ¿Dios no puede ser más que un conocimiento racional de la Fe? ¿Dios no puede ser más que una(s) experiencia(s) que tuve en un retiro o encuentro? Lo que normalmente pensamos es que hay una pugna entre los racionales y los sentimentales en la Fe, sin embargo, ambos están caminando igual de mal, pero disfrazados de religiosos.
El pelagianismo consistía en considerar que el pecado original sólo lo padeció Adán, y, por tanto, el Bautismo era innecesario para nosotros. Se nos habla de la bondad humana y del gran poder de cambio en nuestro interior (neopelagianismo), con la capacidad de ser mejores por el solo hecho de ser una persona humana (autorreferencial) y con facultad de hasta robarle el fuego a los dioses (prometeico). En síntesis, todas estas falacias de tener el poder en nosotros, de que Dios está en nuestro interior y no hay que buscarlo, de que puedo ser otro con la conspiración del universo… estas cosas son enemigas de la Fe.
Lo curioso es que el papa pone una frente a la otra a estas dos alimentaciones de la mundanidad espiritual, y hasta se atreve a decir que están profundamente emparentadas. Esto es, tanto la primera como la segunda eliminan la “D” mayúscula de “Dios”, y ya Él no es una persona, ya no tienen nombre propio ni identidad, en cambio le ponen una “d” minúscula como si fuera un nombre común. Dios es aquello (o aquél, si soy de los que todavía se mienten para “personificar” el dios manipulado que me he creado) que yo entiendo que es.
Nada de esto nos ayuda a servir a los demás. Es más, lo único que hace es analizar y criticar a los demás, porque “fulana no ha tenido experiencia de Dios”, “zutano no sabe lo que es hablar con Dios” y “mengano es casi anticristiano por ser así o asá”. Esto nos hace mirar desde arriba y de lejos a los demás (cf. EG 97). ¿Es esto lo que queremos?
Muchos somos lobos disfrazados de ovejas y no lo sabemos. Sería muy bueno que en este Adviento nos dejáramos iluminar más sinceramente por Dios. Que porque un día hayamos visto la Luz no nos quedemos con ese recuerdo como algo actual y real. Esa memoria debe hacer que anhelemos estar siempre iluminados para que, en la humildad, otros vean el reflejo de la Luz en nosotros.